sábado, 28 de febrero de 2009

SOCIABILIDAD, BASE DE LA INTELIGENCIA, PERO TAMBIÉN DEL FANATISMO.




El miedo a diferenciarse de los demás es la base psicológica para crear grupos muy cohesionados. En estos grupos el entendimiento y la comunicación entre sus miembros hacen posible la concepción y ejecución de colosales proyectos inteligentes que jamás podrían ser realizados por personas particulares, con independencia de su inteligencia o fortaleza física. El viaje a la luna fue un proyecto mancomunado que, como tal, aunó el talento y el esfuerzo de muchas personas. Nadie por sí solo podría haber realizado tal hazaña.


Por supuesto, podríamos poner miles de ejemplos más.
Sin embargo, nuestra sociabilidad de especie es también la base de las conductas fanáticas, de las imitaciones peligrosas. Nuestro deseo de ser aceptados por los demás (o por un determinado grupo, “los nuestros”) puede llegar a ser trastornador y enajenante. Voy a poner algún ejemplo. Si yo quisiera formar parte de un grupo religioso, tendría que hacer las cosas que sus integrantes hicieran. Si éstos se fustigan la espalda alguna vez al año en acto de contrición y fe, yo tendré que imitarles, hacer lo mismo. Para probar la fuerza de mi deseo de integración, para ser aceptado en su seno, no podré menos que propinarme tantos latigazos como ellos. Y si además deseo su admiración, será inevitable que intente “hacer méritos” y me dé más latigazos que los acostumbrados. La competición social establecida con el fin de estar integrado en un grupo, nos lleva directamente a un recrudecimiento de aquellas conductas que reflejan los valores de tal grupo. Cabe prever que dentro de un tiempo el número de latigazos será, como media, todavía mayor que el actual. Y así sucesivamente.


Otro ejemplo. Si mis compañeros de grada insultan al árbitro, yo no querré ser menos, con lo cual yo me sumaré a los improperios. Otros compañeros también querrán formar parte de este “su” grupo, y harán lo propio. El resultado, estimado lector, puede ser el que muchas veces vemos en la televisión: una masa irracional de bárbaros peleándose brutalmente por triviales y tribales cuestiones futbolísticas. Aplíquese este sencillo esquema a tantas otras conductas desmesuradas (o ideas) y se comprenderá por qué digo que la sociabilidad es la base del fanatismo. Podría multiplicar los ejemplos, mas no lo creo necesario.


Es nuestra paradójica condición: la sociabilidad es la base de la creación del lenguaje y de nuestra portentosa inteligencia de especie; pero también lo es de comportamientos fanáticos, exclusivos de nuestra especie.

14 comentarios:

  1. Pienso, que el hombre desde su vida intrauterina,depende de los demás, (cordon umbilical, familia..) el pertenecer al grupo le facilita la vida,pero hay que tener en cuenta que no se puede caer e una dependencia patologica,y esta conducta de tener la necesidad de aceptación y copiar conductas no deseables, solo lleva a aumentar el numero de idiotas, ;)

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  2. En efecto, María Mercedes. El hombre es una criatura paradójica, siempre entre dos aguas. Necesitamos a los demás desde que nacemos y, sin ellos, no desarrollaría sus las facultades intelectuales y morales. Quedarían en estado potencial.
    Pero ocurre, muchas veces, que deseamos tanto el afecto, apoyo y beneplácito de los demás que fácilmente incurrimos en conductas irracionales. En otra entrada explicaré esto con más detenimiento, porque realmente forma parte importante de nuestra realidad, y explica bastante bien, a mi juicio, el fenómeno del fanatismo y la idiotez. Y fíjese cuánto hay de lo uno y lo otro en este mundo.

    Gracias por su comentario, María Mercedes.

    Reciba un cordial saludo.

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  3. Siempre me costó comprender lo que usted comenta de los fervientes seguidores de fútbol, o de los fans que se desmayan en el concierto de su cantante favorito. Pensaba que podía ser falta de madurez, o ir al partido a desfogarse un poco, pero visto así, me abre un nuevo punto de vista. Quizá los seres humanos, como seres que vivimos en sociedad, necesitemos de grupos de referencia para definirnos a nosotros mismos, no sé si me explico bien, quizá precisamos como sea pertenecer a un grupo para conocernos mejor y sentirnos integrados en sociedad. Como algo que nos sirviera para calibrarnos psicológicamente. Un saludo.

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  4. Es que sin el apoyo y protección de un grupo no somos nada, Hablando en plata. Nuestro miedo al desprecio de los demás es de los más terribles. El aislamiento forzoso de los demás puede, incluso, hacernos perder el juicio. Necesitamos a los demás de manera tremenda. Pero a mí me gustaría que pensaran ustedes en todo esto de manera amplia. Los casos de personas que se pegan por el fútbol o de gente que se desmaya en un concierto son, ciertamente, casos de manifiesto fanatismo, son muy llamativos: la parte negativa de nuestra condición social; sí, pero observen también el mundo de las ideas. Los reuniones o congregaciones ideológicas suelen ser peligrosas (aunque no niego que necesarias según y cómo). Observen lo siguiente: un racista es más racista tras una reunión con racistas; un hombre de izquierdas es más de izquierdas tras intercambiar opinones con otros de izquierdas; ídem para los de derechas; ïdem para "pijos", ïdem para ecologistas, etc, etc. ¿Me entienden, amigos? Por ello resulta que los seres humanos llegamos a cometer barbaridades por nuestras ideas o ideologías. En el fondo, se llega a tales extremos no tanto por defender tales o cuales ideas, sino para demostrar a "los nuestros" que defendemos sus valores como el que más, que somos dignos de ser aceptados por ese grupo de referencia.

    Gracias por su comentario, Hablando en plata.

    Un cordial saludo.

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  5. Sin duda parece paradógico tanta necesidad social y adhesión al grupo ,pero aún siendo neceserario e incluso beneficioso , ¿podriamos considerar patológico o perjudicial lo contrario ? , en definitiva la aversión al grupo , una independencia obsesiva aun con criterio y convicción necesaria...

    Enhorabuena por su blog recien nacido Sr Raus

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  6. Hola, Anónimo. Supongo que podríamos considerar patológica la aversión al grupo si no tenemos razones en que fundamentar nuestra aversión. Aunque es difícil, no siempre los grupos llegan al fanatismo ideológico. Depende de que también haya espíritus fuertes y racionales que, dentro de ese grupo, no se dejen llevar por los mensajes emocionales de muchos. Insisto, es difícil, pero no necesariamente imposible que haya grupos equilibrados que se guien por criterios racionales.
    Es interesante la cuestión.

    Gracias, Anónimo.

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  7. Esa sociabilidad también puede ser la base de la insociabilidad de otros, y de la inmovilización del grupo en crear ideas nuevas. Me explico, en grupos muy cohesionados es difícil entrar a formar parte de él, aún haciendo méritos para entrar en él. Existe cierta exclusividad una vez formado y altamente cohesionado, lo que provocaría no dejar entrar a nuevos individuos con quizá ideas innovadoras, que podrían beneficiar al grupo. Por lo tanto esa sociabilidad conllevaría el beneficio de formar grupos para por ejemplo construir cosas, pero a su vez también conllevaría el rechazo de nuevos individuos con aportaciones valiosas para el grupo. Tendría su cara y su cruz.

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  8. Hola, Carlos, bienvenido. En efecto, esto que dices es totalmente cierto. Por si le interesa, voy a pegar aquí una reflexión que sobre este tema hice en el blog de Punset. Versa sobre las características de los grpos cohesionados y no cohesionados. A ver qué le parece.
    Por último, unas notas más sobre las características de los grupos cohesivos y los no cohesivos. Un grupo cohesivo es un grupo cuyos integrantes se imitan entre sí. Ello favorece, como hemos dicho, la posibilidad de afrontar peligros y proyectos inasequibles para cada sujeto particular. Refuerza la solidaridad entre los miembros integrantes: el problema de mi vecino es mi problema; mi problema es el problema de todos: “hoy por ti, mañana por mí”. Ahora bien, esta moneda tiene su cruz, como todas. Los grupos muy cohesivos y solidarios (Los “grupos-piña”, podríamos decir) suelen reaccionar muy mal ante la presencia de miembros de otros grupos: Suelen ser xenófobos, nada cosmopolitas y muy refractarios a las diferencias con sus señas de identidad grupal. Es decir, tienden a ver a los demás como “los otros”, “ellos” o “los demás”. Seguramente se trate de un miedo atávico a que se desintegre el grupo de referencia. La presencia de “elementos extraños” podría “corromper” la esencia de mi grupo. En consecuencia, mi grupo desaparecería como tal, y con ello los benéficos anejos a la solidaridad entre sus miembros. Esto explica por qué los pobres están más unidos entre sí que los ricos. Éstos son más autosuficientes: necesitan menos el amor de los demás. La solidaridad suele ser hija de la indigencia.

    Los grupos extremadamente cohesivos degeneran en actitudes propias del nacionalismo extremo. Como pasa con todo o casi todo: la cohesión es buena (la imitación intragrupal), pero hasta cierto punto.

    Observemos algo más: la extrema cohesión dificulta el pensamiento creativo, por lo ya dicho: las novedades son mal recibidas. Los grandes saltos conductuales o ideológicos, las novedades, parecen atentar contra la cohesión del grupo: contra su forma de ser y sus costumbres. Por tanto, suelen percibirse como amenazas. Predomina un pensamiento de “esencias”, de lo permanente, pero ya afectado de esclerosis. Un tipo de pensamiento, por cierto, propio de aquella España de insobornables valores carpetovetónicos de hace unas cuantas décadas. Recordemos la rancia sentencia de Unamuno: “¡Que inventen ellos!”

    Vayamos al otro extremo: cuando las personas de una sociedad determinada carecen de imitación intragrupal, o casi. Lo mismo imitan al vecino que imitan a miembros extranjeros, aunque principalmente a éstos (“Nadie es profeta en su tierra”). Admiten bien lo de fuera, especialmente si lo de fuera está prestigiado por el aura de la riqueza y el poder. Hay una atracción por lo exótico. Es, en gran parte, nuestro caso como nación en estos momentos. Imitamos constantemente a los de fuera, principalmente a los Estados Unidos. En materia de lenguaje es más que evidente y se traduce en este “hispainglis” que a algunos nos parece lamentable (en concreto al ya fallecido y eximio Lázaro Carreter, a un par de amigos y a mí). Estamos abiertos a muchas influencias externas prestigiadas, con lo cual perdemos en personalidad e identidad propias. La admiración y el reconocimiento de los méritos del vecino suelen ser escasos, truncados por la intromisión de la envidia la más de las veces. Somos amigos de la novedad y la creatividad superficiales, pero nos mostramos poco solidarios y agradecidos entre nosotros. Cada cual va a la suya, con poco interés por unir fuerzas para emprender proyectos mancomunados de largo aliento. (Por supuesto, huelga decirlo: de todo hay, como en botica).

    ¿Qué tipo de pensamiento es el dominante en las sociedades poco cohesionadas (como actualmente la nuestra)? El que abre las puertas a las novedades, al cambio permanente, a la fusión de conceptos e ideas, estilos y tendencias. Triunfa lo extravagante, las conexiones remotas y casi oníricas. Triunfa Heráclito. Esto parece saludable y fresco, pero cuidado, porque con facilidad puede degenerar en el pastiche, el remedo, el disco “recuerdo”, el refrito y la chapuza, la confusión en el hablar y el escribir, el “todo vale” posmoderno: en una mistificación de todo que hace imposible orientarse en el pensamiento; es decir, en la realidad. Es el triunfo de Heráclito, pero en versión chapucera y libertaria.

    Precisamente, un síntoma de esto último es cuando la gente expresa su convicción de que “no existe la realidad”. Es decir, que no hay nada permanente en el mundo.

    Pero reparemos en lo siguiente: la ciencia estudia las leyes que rigen el universo. Y las leyes expresan lo necesario, no lo contingente. Expresan lo permanente (¿hay algún día en que la ley de la gravedad se tome el día libre?). Por eso se dice que no se puede hacer ciencia de lo particular. Pues bien, nuestra actual mentalidad supone una suerte de rechazo inconsciente respecto de la ciencia, dado que, como digo, ésta se ocupa de descubir las leyes del universo, lo invariante pese a las apariencias: la realidad. Sirva como ejemplo: Los grandes físicos buscan con afán la ecuación definitiva que armonice las leyes que rigen lo macro (la teoría de la relatividad) y lo micro (la teoría cuántica). A la mentalidad científica no le interesa lo particular o lo fugaz, sino lo universal y permanente: los ritmos temporales, los patrones espaciales: la unidad de las cosas.

    Pero esto no significa que el espíritu de Heráclito no esté presente en la ciencia. Lo está en cuanto a la actitud hacia las “nuevas” evidencias disponibles. La ciencia no se puede aferrar a unos determinados resultados teóricos si éstos se contradicen con otros nuevos y más contundentes. La ciencia cree en la esencia y lo permanente (las leyes), pero para descubrir las leyes universales y sempiternas de la realidad, tiene que tener una actitud de apertura crítica a posibles nuevas consideraciones. Una actitud autocrítica y creativa. Cambia nuestro pensamiento (nuevas fórmulas, teorías, hipótesis, conjeturas…) para descubrir lo permanente del mundo.

    Me ha interesado compartir con ustedes esta reflexión porque, si es cierta, establece relaciones curiosas. Cuando los grupos de personas se imitan entre sí, tenemos actitudes homogéneas, muy propias de las sociedades tradicionales. El miedo a los conflictos con grupos vecinos o las situaciones de pobreza agudizan la imitación intragrupal. Lo nuevo o exógeno suele ser percibido como amenazante. El pensamiento tiende al racionalismo: un racionalismo de verdades eternas y esencias blindadas e incorruptibles. La creatividad resulta amenazante, pues aporta combinaciones de pensamiento novedoso. Todo esto recuerda a la España preconstitucional de insobornables valores hispanos, ¿verdad?

    En el extremo contrario vemos a grupos que imitan lo exótico. Son grupos y sociedades poco cohesionados, poco solidarios, atenazados por la envidia que les produce el mérito cercano. Interesados en la novedad y la creatividad ligeras y sin ambiciones. Suelen despreciar la razón, la filosofía y la ciencia, pues éstas buscan lo universal y lo permanente bajo la apariencia de las cosas: las leyes de la física, de la conducta humana o animal, etc. Es más bien el caso de la España actual, siempre con la vista puesta en lo que hacen otros (especialmente los Estados Unidos, a veces para bien y otras no tanto), bien avenida con la novedad permanente y lo exótico, pero poco amiga de la ciencia, cuyas redes se esconden en la oscuridad de la noche. Poco amiga, igualmente, de observar normas cívicas, reglas lingüísticas y cualquier cosa que encorsete la sacrosanta libertad individual.

    Creo que ni lo uno ni lo otro nos conviene. Entre Heráclito (“todo cambia”) y Parménides (“todo permanece“) se alza un conciliador Aristóteles: “La virtud está en el medio”.

    Genio es aquél que descubre lo permanente del universo cambiando lo necesario su pensamiento.

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  9. Aoche vi una pelicula simpatiquisima, sobre este tema, la necesidadde ser aceptado por los demás, es de woody Allen se titula Zelig, esun caso de hombre camaleón, es neurotica, divertida y con sentido, os la recomiendo;)

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  10. Hola, María Mercedes. Sí, yo tengo conocimiento indirecto de esa película porque me la comentó mi hermano. Si puedo, la veré. Gracias por la recomendación.
    Un saludo.

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  11. Si asumimos la necesidad de ser aceptados y, con ese objetivo nos mimetizamos con los demás creo que deberíamos aprovecharlo en positivo. Me explico: Creo que no soy el único al que le pasa que ante un paso estrecho y la presencia de un desconocido, en determinados "ambientes" pasa primero el más listillo ignorando la presencia del otro. Pero basta que uno haga un gesto de cesión cortés del paso para que obtenga (salvo excepciones) una respuesta que nos demuestra que el otro está dispuesto a ser más cortés todavia. ¿Qué podríamos hacer para que eso "vendiera" y recuperar sin cursilería las antiguas normas de urbanidad?. Uno pasará antes y el otro después pero puede ser con una sonrisa o con un labio partido después de una lucha. Sería algo así como pasar de la espada al voto. En el fondo se trata de dar ejemplo sin desanimarse. Si con ejmplos de personajes insignes hay delincuencia y otras lacras, ¿qué esperamos tener viendo continuamente entronados públicamente personajes cuyos mayores logros son hechos, sino delictivos, como poco moralmente deleznables?.

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  12. Esto que cuenta usted, Anónimo, sobre inducir con buenas maneras la cortesía en el otro me recuerda lo que contaba un psicólogo famoso en uno de sus libros: un policía antidisturbios de una dictadura corría, porra en mano, tras una pobre chica. Ésta, por desgracia, tropezó y cayó al suelo. Entonces, el fiero policía reaccionó muy al margen de su papel de policía: le tendió el brazo a la muchacha para ayudarla a levantarse. Otro ejemplo de lo complejos que somos los seres humanos. ¿Qué podemos hacer para sacar la parte más humanitaria de nosotros? Seguramente ese policía fue educado de niño en el respeto y la ayuda a una mujer que cae al suelo o que precisa socorro de alguien. Más tarde asumió el papel de policía aporreador, pero, a la hora de la verdad, imperó en él lo que aprendió de niño. Por eso es tan importante que los niños aprendan urbanidad, respeto y civismo desde que son muy pequeños. Cuando los mayores les inculcan ese respeto, suelen comportarse, ya de adultos, de acuerdo con esas enseñanzas. Por alguna razón, los niños están preparados para atender intensamente a sus mayores, y esto está siendo desaprovechado actualmente por la ola de auto-desautorización de gran parte de padres, maestros y profesores.
    Para colmo, como usted dice, los ejemplos que se le ofrecen a la mayoría de los niños no son precisamente un dechado de honradez, esfuerzo y confianza en la razón. Una pena.
    Saludos.

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  13. Creo que el valor de la ciencia en EEUU, y en consecuencia aquí, se ve desprestigiado por temas estrambóticos como la física cuántica y la conquista del espacio. Creo que en Europa deberíamos insistir en el hecho (corríjanme, si me equivocare) de que la vida sólo es posible cuando la estrella, el sol, está a cierta DISTANCIA (medida muuuyyy variable en el espacio casi infinito) además de otras características improbables. Disculpen mi escepticismo, no obstante me encantan las películas de ciencia ficción.
    La física cuántica, por lo que sé, intenta demostrar el futuro.
    Pienso que lo que se gasta en ambos proyectos podría salvar la Tierra, o alargar su vida.

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  14. Gracias, Elvira, por su participación. Lo de siempre: a ver si encuentro un rato y comento sus aportaciones.

    Saludos.

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