lunes, 22 de febrero de 2010

RELATIVISMO Y MERCADO

No deja de ser una hilarante ironía que el igualitarismo/relativismo, orgullo de la armada progresista, sea la caja de pandora de cualquier programa izquierdista serio. Pues, en realidad, el relativismo presta impagable servicio a la maquinaria del consumo desaforado. Si algo necesitaban los grandes mercaderes de este mundo es que el relativismo penetrara en las conciencias de la ciudadanía. El más caro trofeo para la posmodernidad es la conquista de la “libertad” política a través del igualitarismo (“Nadie hay por encima de mí”) y el relativismo (“mi opinión vale tanto como la de cualquiera”). En apariencia, el hombre posmoderno queda redimido de sujeciones espurias o subyugantes, libre de autoridades absolutistas. La posmodernidad es el gran momento de la subjetividad excarcelada. Es decir, de que cada cual organice su vida a su manera, ajeno a preceptos, normas y reglas mayoritarios, comunes o racionales. Han desaparecido, en efecto, las etiquetas, los protocolos, las prédicas ecuménicas sobre el bien y el mal, el gusto universal sobre lo bello y lo feo… Dicho de otra manera: se ha desvanecido el sentido común. ¿Merecen los excrementos de elefante mostrarse en las salas de arte? Hace unas décadas –pero ya bastantes- se hubiera dado una respuesta común: “No, qué ocurrencia, no lo merecen”. Hoy, como vemos, no está claro: unos dirán que sí y otros que no. ¿Está bien o mal mutilar el clítoris de una niña? Otrora, esta pregunta, hubiese recibido una respuesta unánime, común: eso está mal. Hoy, el relativismo imperante ha abierto el abanico de respuestas: “depende, quizá, para los de aquellas sociedades africanas sí…”

Y he aquí, en esta inopinada variedad de opiniones, en esta desaforada y demencial liberación de las subjetividades cautivas por el sentido común de la destronada modernidad, he aquí, digo, donde el mercado encuentra ocasión para diversificar sus productos hasta límites inimaginables. ¿Quién se iba a imaginar antes de semejante liberación que los excrementos pudieran llegar a ser objetos de arte sometidos a pública subasta? ¿Quién hubiera imaginado en los viejos tiempos del sentido común que llegaría el día en que los fabricantes de pantalones fabricaran, de ex profeso, pantalones raídos y rotos por cualquier parte? La desaparición del sentido común favorece la penetración y diversificación del mercado: ahora, cada persona/cliente merecerá una atención personalizada del vendedor, cada producto podrá ser “tuneado” a gusto del consumidor, la oferta de servicios será una combinación hecha y pensada a medida del comprador.

El relativismo, al fin, es el mejor aliado del mercado y el consumismo desaforado; y por más que las huestes de la progresía lo presenten en sociedad como el pináculo de las liberadoras conquistas políticas y sociales de la izquierda (piji-progre), lo cierto es que, a la postre, ese relativismo no es otra cosa que el más rendido fámulo del mercado.

El totalitarismo asoma el hocico tras la esquina. El triunfo de la subjetividad frente al sentido común aboca a un conflicto de anomia cuyo remate es el despotismo de los más fuertes, en el sentido más primitivo y brutal de la expresión.