domingo, 27 de diciembre de 2009

IGUALITARISMO E INDIVIDUALISMO POSMODERNOS.

La posmodernidad rechaza de entrada la posibilidad de dialogar con el otro para convencerlo de algo, como si bajo dicho diálogo se escondiera la innoble intención de someter al otro a nuestros criterios o deseos. Creo que nada malo hay en intentar convencer al otro si también uno está dispuesto a dejarse convencer. ¿Convencer con qué? Con argumentos, con la lógica, con las pruebas: con la razón.

Creo que el cambio educativo empieza por aquí: por las ganas de hablar y de escuchar, comúnmente truncadas por el principio posmoderno de que todas las opiniones valen lo mismo. Seguramente, el declive de la autoridad (en educación y otros muchos ámbitos sociales e institucionales) hace palanca en este fulcro: todas las opiniones valen lo mismo.
Es decir, las del hijo igual que las del padre; las del paciente igual que las del médico; las del neurótico igual que las del psicólogo; las del alumno igual que las del maestro…

La cuestión no es baladí, creo yo. ¿Los orígenes de esta creencia? Resumiendo mucho: los orígenes son el miedo a la autoridad desmedida y despótica.
Por mi parte, intentaré añadir algo más. Lo siguiente: el caldo de cultivo de la ideología posmoderna más cercano en el tiempo fue, quizá, el del mayo del sesenta y ocho y lo que vino después. A mí me pilló toda aquella movida siendo niño y adolescente, y lo suficientemente inmaduro para absorber e interiorizar, como tantos otros, su impronta ideológica. Yo creo que el propósito de aquella revolución, truncada por la misma naturaleza humana, fue algo noble y necesario: unir más a las personas, desacreditar las jerarquías, igualar a las gentes en el trato sin importar procedencia, clase social, profesión, etc. Algo muy loable, pienso yo.

Pero había un riesgo implícito que, pasado el tiempo, ha devenido explícito y lancinante, a saber: que el esponjoso igualitarismo degenerara en corrosivo individualismo. Y eso es precisamente lo que ha pasado y lo que está pasando. En el guión original de los revolucionarios del mayo del sesenta y ocho estaban escritos los conceptos de fraternidad, el trato cordial de unos con otros, la paz, la libertad. Fenomenal. ¿Quién no suscribiría tan nobles propósitos?

Pero la cosa se torció. Esas ideas, las de los años sesenta y setenta, tenían inoculado un virus letal. Pues si todos somos iguales, si todas las opiniones valen lo mismo, si ya no hay autoridades que acatar ni preceptos que observar, ¿por qué razón he de prestar yo oídos al otro, a mi interlocutor? ¿Acaso lo que él me diga valdrá más o tendrá más fundamento que lo que yo diga? ¿Realmente, es mi obligación ética escuchar al otro? Si está prohibido prohibir, si todo signo de autoridad está en entredicho, ¿cómo conceder más valor a lo que dice mi interlocutor que a lo que diga yo, mi vecino o este niño de ocho años? Nada puede extrañarnos, entre muchas otras torsiones del sentido común, el intrusismo profesional de hoy o que, en las conversaciones cotidianas, todo el mundo sepa de todo, sin parar en mientes sobre lo que se dice de política, arte, ética, física o psicología. Al parecer, casi cualquiera de mis amigos o conocidos sabe tanto como yo de psicología, aunque yo sea psicólogo y ellos no. Sí, el arte es una metáfora de lo que está pasando. Igual que todo vale en arte, todo vale en el mundo de las ideas. Tanto da una opinión hecha a vuelapluma que una teoría filosófica o científica. Nada tiene más autoridad que nada.
Yo, que siempre he sido aficionado a las paradojas, tengo a ésta por la joya de la corona. Qué cosa tan curiosa que partiendo de tan buenos propósitos (igualdad, eliminación de las jerarquías, fraternidad… hayamos arribado a esta situación. Qué curioso que del igualitarismo original hayamos llegado a este individualismo que nos señorea y que, nacido de la misma sementera del espíritu democrático, casi nos impide dialogar; es decir: hablar y escuchar para entendernos mejor, no simplemente para marcar nuestro territorio, que es lo que solemos hacer. De suerte que, efectivamente, hemos conseguido aniquilar los signos ostentosos de autoridad, hemos conseguido repudiar la imagen astrosa de los grandes tiranos políticos, militares o religiosos, pero, a cambio, nos ha quedado un rosario interminable de conflictos cotidianos de todos contra todos. Ya no hay un gran tirano, un gran Gallo de corral sino que todos nos tiranizamos unos a otros, gallitos todos, fieles baluartes de la máxima de que nada es mejor que nada, ninguna idea mejor que otra, ninguna teoría más digna de atención que otra. Nadie se digna ceder ante el otro. Quizá por ello asistimos a la gresca continua entre matrimonios, entre vecinos, entre padres e hijos, entre generaciones, entre profesionales y aficionados, entre alumnos y maestros, etc. Es una guerra de todos contra todos. Es la guerra de la vanidad desaforada.

lunes, 7 de diciembre de 2009

DECADENCIA.

Señor Anónimo, ahora puedo responderle, aunque no con la suficiente extensión que desearía. Ando muy mal de tiempo. He colocado la contestación en esta entrada porque es tan larga que, de esta manera no la tengo que dividir. Disculpe el retraso.

Usted dice que no cree que el hedonismo sea un problema de las sociedades actuales. Hedonismo, diccionario en mano, es: “Doctrina que proclama el placer como fin supremo de la vida.” Pues bien, es posible que el placer no sea el bien supremo para muchos de nuestros conciudadanos, pero si uno de los bienes más estimados. Repare usted en una cosa: Es innegable que nuestras sociedades son extraordinariamente consumistas. ¿No cree usted que el híper-consumismo está basado en el hedonismo, en la exacerbación de los placeres sensuales? ¿Somos frugales, contenidos, austeros? Si usted analiza los señuelos publicitarios, verá con claridad que normalmente hacen referencia continua a cosas como el lujo, la “exclusividad”, el gozo inmediato, las emociones lúdicas, la tentación, etc. Es lógico: cada comerciante necesita excitar y engatusar a su potencial clientela más y mejor que el resto de comerciantes. El mercado no necesita a personas sesudas, reflexivas y controladas, sino a bulímicos abúlicos siempre dispuestos a desenfundar la billetera. O repare en la prostitución. Una de las industrias más prósperas de Occidente es la pornografía y el sexo. Hay más de 93 millones de páginas web sobre sexo. Y la apología del sexo pornográfico es explícita en cualquier medio de comunicación “normal”. Nada tiene de insólito que hoy reciban apretados aplausos los llamados “porno-star”, estrellas del porno, como Lucía Lapiedra o Nacho Vidal. No importa que apenas sepan hablar con mediana corrección, no importa su indigencia mental: son reverenciados y admirados como si lo de copular fuera esforzada hazaña digna de pleitesía, y se les conoce más que a cualquier científico o cirujano de talento.

O el consumo masivo y generalizado de drogas legales o ilegales. España es el país de la Unión Europea con mayor proporción de consumidores de cocaína, con cifras de consumo parecidas a las de Estados Unidos, y el porcentaje de jóvenes entre 14 y 18 años que han consumido cannabis en los últimos 12 meses se ha duplicado en los últimos diez años.

Y a tanto alcanza el hedonismo que, fíjese, los líderes políticos de los países más desarrollados ya implementan medidas para reducir el consumo energético, pues, de lo contrario, la vida del planeta correrá un serio peligro. El ecologismo pretende ser el muro de contención del consumismo (hedonismo), pero no lo consigue, al menos de momento.

Yo creo –y ojalá esté equivocado - que una gran parte de la población española está muy cómodamente instalada en la frivolidad, la mediocridad y la chabacanería. Las pruebas son claras: pan y circo continuo: Belén Esteban y fútbol a raudales, series nocivas de televisión, “grandes hermanos”, telediarios fraudulentos, cotilleos sin tregua, violencia a raudales, sensacionalismo arrabalero… ¡Casi todo es telebasura! 20 ó 30 canales dedicadas a la evasión fácil, con honrosas excepciones. Ninguna canal dedicada a la filosofía, el gran arte, la literatura… Sólo alguno a la ciencia. Y yo estoy convencido de una cosa: los medios ofrecen lo que se les demanda. Y los niveles de lectura –usted lo sabe- por los suelos.

¿Tiene relación toda esa telebasura (y prensa basura) con el hedonismo? Claramente, porque el espectador busca el entretenimiento fácil, aquél que no le suponga ningún esfuerzo de meninges, porque todo esfuerzo es, de entrada, enemigo del placer. Y en la medida en que nos acostumbramos a rechazar el esfuerzo, el tesón y la concentración, le estamos franqueando el paso a la irresponsabilidad y la negligencia generalizadas. Querer ser responsable, responder de mis actos implica el esfuerzo de vigilar y controlar mis actos; algo que está reñido con el programa de relajación y vida exenta que me quiero aplicar. El hedonismo atenta contra la ética y contra la cultura. Ambas están en peligro, amenazadas. Lo que afirmo, señor Anónimo, es que nuestra época es decadente, que estamos en decadencia.

Quizá usted proteste. Quizá usted alegue que no es justo fijarse sólo en lo malo, y que si nos comparamos con otras sociedades y épocas el balance será positivo: hay más libertad, más respeto a los derechos humanos, más alfabetización (escolarización), más y mejores medicamentos, somos más longevos, vivimos en democracia, disfrutamos de mil inventos y adelantos tecnológicos, no nos falta sustento… La lista de maravillas modernas es casi interminable. Pero mire usted, el problema que yo intento describir y diagnosticar son dos cosas:
1. Vivimos de rentas.
2. Estamos dilapidando y despreciando la herencia recibida de pasadas décadas y siglos.

Hay épocas en ascenso y épocas en descenso, épocas enjundiosas, luminosas y creativas y épocas decadentes, oscuras y monótonas. Mi opinión es que estamos más cerca de éstas que de aquéllas. Un rico heredero que se dedique a dilapidar el patrimonio recibido, quizá tendrá mucha más riqueza en cualquier momento de su vida que un modesto empresario que luche contra viento y marea para levantar su negocio. Sin embargo, la actitud de éste es mucho más admirable y prometedora que la del heredero rico. Cuando nos comparamos con otras épocas, corremos el riesgo de ver sólo la parte más superficial del asunto, sin pararnos a pensar en lo que hay detrás de todo ello. Nuestra forma de vida y de entender la vida no es prometedora, sino empobrecedora; no es edificante, sino destructiva; no es realista, sino delirante.

No existe algo como “nuestra época”, entendida como un periodo de tiempo que pueda considerarse ajeno a las épocas precedentes. Hoy disfrutamos de grandes adelantos tecnológicos, pero las raíces de esos adelantos se remontan a siglos y decenios pasados. Sin duda, los siglos XVll y XVlll fueron mucho más creativos en el terreno científico que el actual. Y, probablemente, el pasado siglo XX también lo fue más que el corriente. Y ya hay quien ha dado la voz de alarma con buenos argumentos y cifras y datos alarmantes. El libro de Carlos Elías, “La Razón Estrangulada”, plasma la preocupante situación científica del futuro. Cada vez hay menos chicos que quieran matricularse en carreras de ciencias puras. La caída en vocaciones científicas es ciertamente alarmante. Vamos a seguir viendo y disfrutando de inventos y maravillas, señor Anónimo. De eso podemos estar seguros. La cuestión está en la tendencia. ¿Ascendemos o descendemos? Descendemos. Y el declive no sólo afecta a España. Parece ser que a todo Occidente. Pero nosotros en particular partimos de una posición peor.

Si hablamos de filosofía, la cosa no pinta mucho mejor. Más bien al contrario. Muy poca gente entiende la importancia de cultivar un pensamiento crítico y riguroso. La filosofía es vista, en general, como una posma insufrible, como un pasatiempo inútil e improductivo, sin aplicación práctica. Craso error. El ninguneo a que está sometida la filosofía se refleja claramente en las políticas educativas y planes de estudio, cada vez menos interesados en conocer el pensamiento de los genios que nos precedieron y en enseñar a pensar autónomamente. No puedo extenderme más en este punto. Pero créame, la importancia de la filosofía como origen y sustento de nuestros derechos humanos y civiles es capital. ¿Quiero esto decir que no tenemos científicos o filósofos enormes? No, quiere decir, de nuevo, que tendemos a la descerebración, ni más ni menos.

La educación que reciben nuestros chicos es lamentable. Tanto en los hogares como en las escuelas e institutos. Sencillamente lamentable. La cantidad de jóvenes medio analfabetos que hoy tenemos en esta querida España nuestra es como para salir corriendo. Jóvenes a quienes sus padres no han enseñado el significado de la palabra “no”. Jóvenes ignorantes hasta la médula, que apenas entienden lo que leen. No lo digo yo. Lo dice el Informe Pisa, por ejemplo. Y todos sabemos que no hacía falta tal informe. Estamos a la cola en materia de educación. Creo muy recomendable la lectura de “Panfleto Antipedagógico”, de Ricardo Moreno Castillo. Lo suscribo plenamente. El autor no es ningún lego en la materia: Ricardo Moreno Castillo, ejerce en el instituto Gregorio Marañón de Madrid y también es profesor asociado en la Facultad de Matemáticas de la Universidad Complutense. Tiene más de 30 años de experiencia en la enseñanza.

Pese a todo, usted es libre de creer que vivimos en la mejor época de la historia. Y usted puede, sin duda, enumerar una cantidad ingente de barbaridades e irracionalidades de otras sociedades o tiempos. Y ahí está el punto. Yo no estoy aquí para negar las grandes conquistas de nuestro tiempo, sino, precisamente, para advertir que las podemos perder, que estamos en riesgo de perderlas. Marina lo expresa muy bien en sus libros: “vivimos en precario”. Lo que nos quiere decir es lo mismo que yo intento decir: los derechos civiles y humanos que, lógicamente, tanto valoramos, no son cosas que vayan a quedarse con nosotros a perpetuidad como por arte de magia. Los derechos nos protegerán de la arbitrariedad y la sinrazón en la medida en que nosotros luchemos por mantenerlos vivos, en vilo. Y para ello necesitamos cultivar primorosamente el intelecto, el talento y la creatividad. De nuestra razón nace la justicia y la medicina, el arte, la ciencia: la civilización. Todo lo bueno que nos rodea nace de ahí. Y la razón está –insisto- amenazada: Cunde el pensamiento débil, y la veleidad nos acechan por todos lados. No nos lo podemos permitir.

¿Qué debemos hacer? Bien, si es que estoy en lo cierto en alguna medida, lo que debemos hacer es dejar de atentar contra la razón. Necesitamos recuperar la excelencia, fomentar el talento y la inteligencia, incentivar a los que más saben (no amordazarlos o ningunearlos). Es decir, precisamos combatir el igualitarismo inspirado en la dichosa corrección política y desterrarlo, principal y urgentemente, de nuestro sistema educativo. Pero debemos empezar ya, antes de que sea demasiado tarde.

No puedo ahora extenderme más, señor Anónimo. Quizá usted piense que exagero o distorsiono las cosas. Puede ser. Estoy abierto al diálogo y dispuesto a escuchar cualquier razonamiento o crítica. En última instancia, si yo estoy en un error, no me haga usted caso.

Reciba un saludo.

martes, 6 de octubre de 2009

POSMODERNIDAD O "FOBO-SOFÍA".

Hay que reconocer que toda cosmovisión es, en cierto modo, una “cosmoceguera”, o casi. Una manera de “no ver” la realidad, de ocultar las partes que no nos interesan de ella, o que nos asustan. Nuestra época, por su condición de hedonista, es contraria a la sabiduría. Nada tan impopular hoy como el sabio, pues éste quiere vivir morigerado y dueño de sus pasiones. Sabe que el deseo, cuando es excesivo o impropio, destrona la voluntad y la consciencia. Su más elevado propósito es mantenerse sereno, íntegro y lúcido ante los avatares de la vida y el mundanal ruido. Sólo así puede conservar el orden interno, un pensamiento penetrante y preclaro. Nada más caro al sabio que la lucidez y la templanza. Quizá por eso los santos nos parecen sabios (“tiene más razón que un santo”) y los sabios, santones. El sabio busca comprender la naturaleza. Comprender es asimilar el objeto, hacerlo propio y anejo, incluso entrañable. Nada turba tanto el ánimo como aquello que, por arbitrario o beocio, no se puede comprender ni predecir: todo lo que sale de la locura, la injusticia, la necedad, la tontería… Los filósofos (los verdaderos, y no sólo los místicos y los orientales) buscan la unidad subyacente a la aparente pluralidad de los seres del universo, el principio rector que explique la naturaleza de las cosas. En la comprensión intelectual, el mundo se “humaniza”, se vuelve accesible y manejable. El mundo forma parte de mí cuando lo comprendo. Si no es así, me parecerá hostil y extraño.

Hoy, tras largos decenios de sensualismo y escepticismo desaforados, la imagen del sabio horroriza y espanta. Tenemos, por el contrario, su más rabiosa antítesis. Nos acosa la zozobra y nos invade el vacío y la inquietud anejos a las pasiones fugaces y frívolas. Acumulamos experiencias sensitivas para distraer la sensación de vértigo en una vida sin asideros. La desintegración y la compulsión nos caracterizan. Los psicólogos y psiquiatras nos advierten que el presente será el siglo de las depresiones. Lipovetsky nos dice que vivimos en la era del vacío y la angustia. Las adicciones y las conductas compulsivas están arraigadas en gran parte de la población. Los adultos quieren habitar un mundo sin barreras, pueril y adánico, volar sin resistencias, entregarse a una ensoñación continua y vivir en las tentadoras regiones de la infancia y la irresponsabilidad. Evadirse es la consigna.

De nada podemos estar seguros, nos dicen los herederos de la duda y el escepticismo radicales. Hoy, el intelectual con pedigrí (que no el sabio), es el que afirma que de nada podemos estar seguros, que todo es conjetural y provisional. No sabemos –insiste- si siempre el fuego nos quemará, si la anestesia nos insensibilizará, si el cianuro nos matará… Todo es cambiante ilusión, mudable, plural y efímero. Hay, por tanto, un regodeo en la duda sistemática, un alardear de no saber nada, de morar en el seno de la incertidumbre continua. Es el odio y el miedo a saber, a comprender: la “fobosofía”. El sabio se nos presenta como aquel que trae verdades imperecederas, valores absolutos y tono apodíctico; es decir, como una autoridad moral e intelectual a quien obedecer. Justo lo contrario de lo que demanda e impone el credo relativista. El mundo, pontifica el fobósofo, es extraño a la razón, como así lo demuestra la indeterminación atómica. Así, sujeto y objeto quedan definitivamente separados, condenados a extrañarse por siempre jamás. ¿Y cómo amar lo extraño? ¿Cómo amar lo que nos parece arbitrario y refractario a toda asimilación? El relativismo y el escepticismo pregonan un mundo indócil al entendimiento: inaccesible al amor.

¿Pero es éste un mundo extraño sólo en cuestiones de física nuclear? No, el principio de incertidumbre está presente en nuestra vida social, tanto o más que nunca. Los otros seres humanos son definitivamente extraños: difícilmente se les comprende. ¿Pero cómo es esto posible? Hoy, tras aniquilar todo signo de sabiduría, tras impugnar el mérito y la valía, el otro se me presenta como mi “igual”. Es decir: como alguien a quien, por ser como yo, puedo comprender. Al eliminar la genuflexión ante la autoridad, el otro ha quedado a mi altura, accesible, cercano, familiar… Por eso podemos ver en cualquier parte (y la televisión lo ha convertido en lucrativo espectáculo) cómo unos perfectos desconocidos intiman al poco de conocerse; cómo todos se tutean y se tratan con confianza y desparpajo. Sí, es cierto. Pero toda esa familiaridad se torna decepción con suma facilidad, pues ése que se nos mostraba como accesible y espontáneo amigo, pronto mudará de afectos y talante. Parecerá, entonces, atrabiliario e incomprensible a nuestros juicio. ¿Por qué sucede esto? Porque en una sociedad en que reina la anomia, cada cual se gobierna según sus propias normas, sin apenas observar aquellas otras que confieren solidez y estabilidad a las relaciones sociales e interpersonales. Es lo propio en un mundo sin ataduras ni compromisos, donde la palabra (de honor) carece de valor y significado. Mis compañeros de viaje han pasado de ser algo entrañable a primera vista a ser muy pronto algo extraño, ajeno a mí, ajeno a mis expectativas. Apenas hay promesas que no se rompan ni ofrecimientos que no se revoquen. Hablar es gratis y fácil. Menudean las mentiras y las falsas fidelidades. La amistad se trunca antes de echar a andar.

Los fobósofos, los hijos del escepticismo, predican la ininteligibilidad del mundo; es decir, el desafecto y la indiferencia. Y han tomado el poder. Son los políticos progres, fobósofos hasta la tonsura. Odian la realidad, hasta el punto de negarla. Viven de la mentira, condenados a urdir falsedades para mantener en vilo su vasto imperio de falsedades.La defunción del sabio nos ha arrojado a un mundo de apariencias y gestos fatuos donde cualquier tontería encuentra trono y aplauso, donde la angustia ante el vacío interior se combate con entretenimientos sensuales y fútiles, donde se quiere reducir la realidad a un perpetuo juego de máscaras en que nada es lo que parece porque, según ellos, nada “es”. Soberbia máquina de entelequias, el fobósofo (el progre, el escéptico, el relativista…) vive de vender la nada a precio de oro y extender la oscuridad. Al contrario que el filósofo, que ama la claridad y la verdad, su contrario y enemigo, el fobósofo, sienta cátedra con el cuento de que vivimos en tinieblas. Es la fobosofía: oficio de cobardes e invertidos intelectuales.

lunes, 28 de septiembre de 2009

EL LEGADO DE LA PERVERSIÓN.

El relativismo, en efecto, es un engendro del desencanto ante el mundo. La duda iconoclasta, matrona del nihilismo, genera la sensación de estar desvinculado de ataduras y deberes morales. Por eso, al tiempo que crece el deseo de libertad sin barreras, medra la apología de la perversión. Pretender que se vive en un mundo sucio y despreciable es la coartada del licencioso, la excusa del libertino y la disculpa del anodino.

Pervertir y malear, arrancar a las cosas su bondad e inocencia prístinas parece ser el sino de nuestro tiempo. No hay reducto que escape al abrazo trapero de la perversión. Véase, por ejemplo, cómo el relativismo ha robado la infancia a los niños, estimulados a crecer a empujones, forzados los goznes de su ingenuidad.

Nada se oculta a la vista en los audiovisuales. Lo íntimo de cada cual ya no se guarda en las celosías del fuero interno, sino que se arroja a la jauría de la venalidad, la procacidad y la rapiña colectivas. En los puros cueros el alma, sin ropajes que la cubran, es ya mercancía barata que salta de boca en boca. Es la hora del cinismo: la vileza sin mordaza. Atrás quedaron la decencia de la elipsis y la dignidad del silencio. En su puesto, la habladuría y la difamación, los consejeros áulicos de la envidia. Sin embargo, en un mundo decente, lo íntimo, como todo lo realmente valioso, ni se vende ni tiene precio, pues es inestimable.

No le va mejor al idioma, crisol en que se depuró y afinó el pensamiento de quienes nos precedieron. Respiramos un aire empedrado de tropiezos acústicos: menudean onomatopeyas, tacos y palabrotas, como para dar bríos, sin conseguirlo, a una parla insulsa, hueca y sin sustancia. El idioma castellano, ese tesoro secular de la inteligencia, se aplebeya y abarata bajo el vasto reinado de los vanílocuos y malhablados.

Malos tiempos –lo hemos dicho ya- para el arte, hoy nido de agiotistas y embrolladores. Otra víctima más de ese relativismo que, como las hordas de Atila, amojama y esteriliza todo a su paso. Largo es el aliento de la nada. En los museos, en las galerías de arte, en las paredes de cada casa, en los recibidores del dentista, en las macrotiendas… por doquier puede verse el pesado y cansino toque de la nada: absurdeces portátiles que los ociosos llaman arte.

No hay mirada inteligente que sea descreída e ingrata. Todos los sabios aman el mundo, por eso saben de él. El talento es hijo del asombro, el que por igual sienten poetas y científicos, pues bajo la aparente diversidad del orbe moran las musas del orden, la proporción y la armonía. No importa si se cree o no en un Dios personal. No es eso lo importante. Lo importante es reconocernos pobladores de algo grande y sublime, merecedor de nuestro respeto. Lo importante es desear ser dignos de esa grandeza. Aristóteles, Leonardo, Poincare, Einstein,… es indiferente al caso que hablemos de genios del arte, la filosofía o la ciencia. Todos rindieron pleitesía a la belleza del mundo. Todos sintieron un temblor reverencial ante tanta majestad.
Llevamos largas décadas de “deconstrucción” relativista, de anonadar valores y jerarquías, de igualar todo por abajo. Décadas dedicadas a envilecer el legado intelectual de nuestros ascendientes, en una lucha ciega y sin cuartel contra la tradición y el clasicismo.

Por fortuna, no todo ha sucumbido al avance de las catervas. Y también sabemos que el envilecimiento no es gratis. Saberse sucio, miserable, venal y prosaico es la penitencia aneja al pecado de serlo. La impostura se ha de tapar con más impostura; la nada, con farfolla; lo macilento, con destellos de relumbrón… Son los oropeles del autoengaño, la infatuación con que se querrá disimular el vacío de la propia existencia. Nada es más caro que la gratuidad ni nada más pesado e insufrible que la liviandad de espíritu.

lunes, 21 de septiembre de 2009

IMPOSTURAS RELATIVISTAS Y ESTERILIZACIÓN DEL MUNDO.

Pero otro efecto manifiesto de quienes se llaman relativistas o escépticos es la impostura. Quiero decir que en modo alguno son coherentes con cómo se denominan. Postulan una metafísica por completo inútil. Se declaran relativistas, pero se conducen como absolutistas, como cualquier hijo de vecino ajeno a la instrucción y mal avenido con la razón: sus gustos (no ya sus razones, que no aducen) deben prevalecer, so pena de conflicto social. Dicen, en su calidad de escépticos, no estar seguros de que nada exista, pero todos se guían como personas realistas, respetuosas de las leyes físicas en que todos creemos (ninguno de ellos se arroja por la ventana para demostrar la inexistencia de la gravedad, ni ninguno mete la mano en el agua que hierve). Afirman abominar del concepto metafísico de "lo en sí", pero su cosmogonía implica lo absoluto, lo incondicional. Es decir, todo su credo es pura contorsión nominal y contradicción; una enrevesada metafísica de lo inútil, cuya lectura inspira en uno el dicho de que "para este viaje no necesitábamos estas alforjas".

Sin embargo, y esto es lo peor, su imperio de farfolla (“cosa de mucha apariencia y poca entidad”), tan propio de quien, en el fondo se sabe inútil, no deja el mundo como está, sino que lo esteriliza y descasta. En efecto, tras su paso, la educación de los niños se convierte en un baile de salón por completo inútil; el arte se abisma en la nada por falta de asideros (se niega la belleza, la elegancia, lo maravilloso…); la economía se yergue como un juego de quimeras, como un castillo de naipes; la ética fenece al despojarse la moral de la razón, etc. El mundo necesita el asidero de la universal razón, o sufrirá la fragmentación aneja al arrebato personal: la idiotez.

domingo, 20 de septiembre de 2009

LOS DOGMAS DEL RELATIVISMO.

Ando lejos de pretender justificar los abusos y barbaridades que se han cometido, o se comenten, en nombre de diferentes divinidades. Pero, por desgracia, muchos de quienes hoy denuncian con rabia y odio la irracionalidad de las religiones, incurren en mostrencas torsiones de la razón y fanatismos varios. El relativismo epistémico y moral es ubérrimo manantial de irracionalidades sin cuento. Si el lector desea ilustrarse sobre ello, le recomiendo la lectura de “Imposturas Intelectuales”, de Sokal y Bricmont, trabajo éste que, por maniobra insuperable de la insomne ironía, es el libro de cabecera de los relativistas autóctonos. Es decir, que éstos ignoran que las justas críticas de Sokal y Bricmont van dirigidas, precisamente, a ellos.

De las necedades y absurdos de la ideología posmoderna, nutrida con las ubres del relativismo, el positivismo y el escepticismo cartesiano, podrían escribirse incontables y robustos infolios. Bastantes de ellos para describir, por ejemplo, los disparates de reverenciadas líderes del feminismo de género. Verbigracia, las de Lucien Irigaray, quien nos dice que la ciencia es machista, basando esta acusación en que los aparatos de observación están construidos con forma de falo: telescopios, microscopios, etc. Quizá a ella se le ocurra la manera de atisbar estrellas con anteojos en forma de vagina. Y supongo que las escobas también, por su oblonga forma, pueden considerarse instrumentos fálicos del poder patriarcal. De estos nidos de primorosas sandeces han medrado polluelas como Bibiana Aído y las consabidas leyes hembristas que tantas injusticias y sufrimiento están provocando en gran parte de la sociedad (mujeres y niños incluidos).

De las locuras en materia de educación no hablaré aquí, pues mucho he hablado ya (y hablaré en otro momento). Ni de las que asolan el mundillo del arte y la moda, ni de los desvaríos nacionalistas ni, en fin, de tantos y tantos engendros ideológicos que nada tienen que ver con la religión. Sin embargo, la progresía atea no se preocupa de las injusticias políticas que más aflicciones causan, pues ella misma las produce en cantidades industriales, sino que su casi único desvelo consiste, como señalaba aquí un inteligente Anónimo, en denunciar los dogmas católicos, cuyo influjo real es, en nuestro país, prácticamente nulo.

Muchos de estos ateos furibundos jamás llevarían a sus hijos a una escuela en que se impartiera tesis creacionistas; sin embargo, aplauden las escuelas en las que el subjetivismo radical auspicia recios dogmas. Veamos algunos de estos dogmas:

- No se puede aseverar con absoluta seguridad que 2+2 son 4.
- En el universo puede haber seres que utilicen diferentes lógicas, de tal manera que 2 y 2 no sean 4.
- No hay cosas auto-evidentes, axiomas, como que A=A. Sepa, pues, el lector lo siguiente: usted no es igual a usted.
- No se puede estar absolutamente seguro de nada. Alguno de los más conspicuos apóstoles del relativismo afirma, por ejemplo, no estar seguro de si tiene 2 ó más brazos.
- Quienes mutilan el clítoris de las niñas no están equivocados, pues cada cual tiene su moral, ni mejor ni peor que la nuestra (la occidental).
- La moral no es más que adhesión acrítica a los valores trasmitidos por el entorno cultural y los instintos. Es decir, que no hay razones para oponerse al crimen, sino sólo gustos morales y culturales. En otras palabras, el relativismo enseña a los niños a conducirse en la vida sin dar razones de los actos propios: bastará con alegar gustos personales.
- La ciencia no es más que un cúmulo de convenciones, es decir, arbitrariedades susceptibles de ser sustituidas por otras arbitrariedades. O sea, que no es que, por ejemplo, la Tierra gire inequívocamente alrededor del Sol, sino que los científicos han acordado entre ellos que la Tierra gira alrededor del Sol.
- El relativista sostiene que es posible que no exista nadie más que él, siendo el mundo una ilusión creada por un geniecillo o dios cartesiano (solipsismo: la religión del “ateo” posmoderno).
- El relativista, epígono de Hume, sostiene que nunca estaremos completamente seguros de que pasar una apisonadora por encima de un caracol causará la muerte del caracol. Es decir, niega que en el mundo haya causas y efectos: niega la ciencia.

Esto es lo que da de sí la “razón” nihilista de la posmodernidad. No se agota aquí el listado de locuras relativistas, cuya trascendencia pública es aquí, y en estos momentos, mucho mayor que la que pueda tener cualesquiera otras creencias. Sin embargo, los desvaríos dogmáticos de la corrección política gozan de total impunidad. Al menos de momento.

viernes, 18 de septiembre de 2009

TRÁFICO DE NADERÍAS POSMODERNAS.

Este artículo formará parte de una serie dedicada a radiografiar cómo el relativismo de la progresía igualitarista arrebata la sustancia de todo lo que toca. Es mi intención mostrar la manera en que el relativismo que nos señorea tiende a convertir en nada el arte, la moral, la educación, la filosofía, la economía, la literatura, el idioma, etc. Aquí, para empezar, hablaré de la defunción del arte.


La nada lo invade todo. No crea usted que es un mero juego de palabras o una ocurrencia. No, es la verdad. Sólo hay que posar la mirada sobre cualquier aspecto de la realidad circundante para comprobarlo. El relativismo de la posmodernidad es la chistera en cuyo interior las cosas con sustancia se transmutan en nada. Es la batidora eléctrica que reduce a papilla subjetiva cualquier pieza sólida construida por la razón secular. Pondremos algunos ejemplos para aclarar estas palabras. Piense el lector en ejemplos de arte plástico. El abanico de posibilidades es enorme. Quizá tenga en mente a Leonardo da Vinci, Velázquez, Picasso… O quizá se le venga a las meninges la última exposición de arte moderno a que asistió, donde, a precio de oro blanco, se exhibían piezas tan esotéricas como un grifo ordinario de agua corriente, una magnífica plancha de hierro atravesada por cuchillos ensangrentados, un mamotreto informe de hormigón colgando del techo y demás lindezas por el estilo. Hasta es posible que el portero sea, en realidad, una pieza de arte más, allí posado por convenio venal con el artista.

Porque, en definitiva, ¿qué es arte? Otrora era lo que conseguía deleitar los sentidos por su factura extraordinaria. Hoy, ciertamente, también las facturas son extraordinarias, pero no conmueven tanto los sentidos del espectador como las carteras de los licitadores. Devánese usted los sesos y dígame, más bien, qué no es arte. Lo tendrá difícil, pues todo lo puede ser a condición de que se advierta a los demás de ello: “señores este bolígrafo corriente y moliente es una obra de arte, pues lo digo yo, que soy artista por inapelable decreto de mi voluntad.” Pero usted, amigo lector, protestará: “Hombre, pero si todo es arte o susceptible de adquirir dicha categoría, entonces nada es arte”. Bueno, ¿y qué quiere usted, señor mío? ¿Acaso desea usted reinstaurar un régimen clasista en que no todo el mundo pueda aspirar a llamarse artista? ¿Acaso pretende usted que vuelvan los tiempos en que las artes encandilaban por su belleza? No venga con la inquisición excluyente del mérito y la valía, por favor. No fastidie. No quiera abolir las hiperdemocráticas leyes del “todo vale” posmoderno.

¿Pero cómo es posible que los pujadores de arte lleguen a pagar desorbitadas cantidades de dinero por quisicosas y bagatelas? Esto no es difícil de entender: el tráfico monetario, “especulativo”, respecto del arte moderno es la única manera de prestigiar lo que, de por sí, carece de mérito. Se trata de fingir que tiene valor lo que carece de él. Pagar un millón de euros por un lienzo que un niño de párvulos podría pintar es como decir: “si pago tanto por esto es porque lo vale”. No es ya eso de: “pago mucho por este lienzo porque vale mucho” sino “vale mucho porque por él pago mucho”. La fórmula relativista permite elevar a regio trono el sueño igualitarista de la progresía ultracorrecta. Triunfo, por tanto, de las huestes del vacío: como todo es arte, nada es arte.

martes, 15 de septiembre de 2009

LA QUE SE NOS VIENE ENCIMA.

Corrección política, venero de atildadas necedades en materia de educación. Algunos padres –los más lúcidos- saben reconocer el disparate, aunque no atajarlo. Lo confiesan: “la educación que hoy les damos a nuestros hijos es una gilipollez tras otra”. Lo reconocen: “Todos los padres de hoy tenemos problemas con los críos. Lo pagaremos”.

Los jugueteros deben de estar encantados con esta inacabable ola de ñoñería: cientos o miles de juguetes repartidos por toda la casa, arrumbados por las esquinas de cada habitación, flamantes, como recién salidos de fábrica. Mala suerte, ésos no le gustan al mozalbete. Papá decide probar suerte con cuatro balones, tres coches teledirigidos y un muñeco que piropea al niño cuando se le aporrea. Está programado para ello, a imagen y semejanza de sus papis. Una mamá, revista “rosa” en mano, está en la sala de espera del médico con su niña de tres años, supuestamente enferma. La pequeña, vigorosa pese a su dolencia, le arrebata a la madre el pasatiempo: “No, no cariño, no le quites a mami la revista. Mira, mami llora…” Un mocoso de 4 años aporrea las plantas del huerto del abuelo con una pala de juguete. La madre manifiesta su arredramiento: “Uh, madre mía, con lo que está disfrutando, cualquiera le quita ahora la pala”. La tía, corajuda y expedita, intercede: “No cariño, no hagas eso, por favor, que las plantas lloran.” Llegan a la guardería la madre y la niña. Aquélla, madre coraje toda ella, le pide encarecidamente a la niñera que le quite el abrigo a la nena, que ella no puede.

Tibios signos de cambio se perciben. Enrique Mújica, el Defensor del Pueblo, manifiesta ante las cámaras la conveniencia de que los alumnos traten de usted a los maestros y profesores. El ministro de educación, A. Gabilondo, se atreve a decir que estamos equivocados en nuestro modelo educativo, que hemos creído, erróneamente, que la educación era dar todo nuestro cariño a los niños, sin exigirles esfuerzo ni inculcarles valores éticos. Arturo Canalda, el Defensor del Menor, llama la atención sobre la violencia de diversas series televisivas creadas para público juvenil. En su telediario, Iñaki Gabilondo habla con valentía de la barbarie de Pozuelo. Carga contra la lenidad con que se “castigará” a las bestezuelas menores de edad que participaron en el dantesco espectáculo. Y contra los padres de esos angelitos cuando, con marmórea jeta, protestan por el castigo que les impuso la juez: ¡que durante 3 meses se recojan antes de las 22 horas! Draconiano castigo. Se comprende la indignación de los susodichos.
Éstas y otras declaraciones se han hecho como respuesta a los nefandos disturbios perpetrados en Pozuelo por un nutrido grupo de botelleros. No serán los últimos. Los modales tiránicos de una legión innúmera de niños malcriados no quedarán recluidos a hogares y aulas. Antes o después, estos mercenarios de la diversión sin límites, tomaran las calles, campando por sus respetos. Hordas de insensatos esperan su turno para placear su triste condición a los cuatro vientos. A todos nos llegará su horrísono pregón.

¿Puede extrañar la violencia de nuestros jóvenes cuando, según algunas encuestas, la mitad de los padres cree que es tarea de los maestros y los profesores educar a sus hijos? Claro, si es que lo mejor es delegar estos engorros en los profesionales. Que el maestro eduque a mi niño, que el médico lo mantenga sano, que la universidad le dé un título, que el gobierno le busque trabajo… Los padres están, eso sí, para engendrar a los niños. Esto, curiosamente, no se delega en nadie, sino que cada cual arrostra las penalidades amatorias y copulativas como puede, con esforzado estoicismo.

Hace unos meses, cuando todavía yo escribía en el blog de José Antonio Marina, aduje sobradas razones sobre la necesidad recuperar la autoridad en las casas y las escuelas. Recibí críticas de los defensores del nuevo “orden” educativo, de los progres que enarbolan la bandera de la tolerancia y la libertad. Yo, claro está, era para ellos un nostálgico de los tiempos en que la letra entraba con sangre, un amigo de las formas despóticas y el autoritarismo de pasadas décadas. Salí de allí asqueado, aunque justo es reconocer que también hubo quien me prestó su apoyo. Sin embargo, Marina, en su “Recuperación de la Autoridad” dice lo mismo que yo (o yo lo mismo que él). Pero este señor quedará a salvo de las acusaciones que yo recibí (y recibo), pues la fama otorga inmunidades y privilegios magníficos.

Un amigo me cuenta que cuando viaja con su mujer e hijos (6 y 3 años) éstos no paran de protestar e incordiar desde los asientos traseros del coche: “No nos hacéis caso, no nos hacéis caso”. “Eso es, amigo –le contesto yo-, ese es el quid del problema: que la mayor parte de la atención que les prestáis a los críos es contraproducente y nociva.” Y les explico cómo deben hacer para lograr implantar un poco de paz en el hogar. Pero no creo que me comprendan. Lo malo es que lo llegarán a comprender por las malas. Y cuando sea demasiado tarde. La que se nos viene encima.

Saludos.

sábado, 6 de junio de 2009

PROVIDENCIAS MINISTERIALES PARA EVITAR JÓVENES TIMORATOS.

A qué engañarnos, señores: todos sabemos que la pubertad es un estado hormonal que procura relajación, mesura y autocontrol al individuo que por ella transita. Luego, a medida que se sale de tan apacible edad, nos volvemos atolondrados y casquivanos. Y no digamos en la vejez: cuando se alcanza, la persona experimenta toda suerte de disturbios y ajetreos por todo el cuerpo; la conducta se hace imprevisible e impulsiva, precipitándose el viejo, muchas veces, a una muerte prematura. ¡Cuántos ancianos sin control al volante! ¡Cuántos ancianos enjundiosos tras las mieles del sexo!

Teniendo en cuenta tales cosas, las ministras de sanidad e igualdad nos han anunciado lo de la píldora del día “después” (lo entrecomillo pues es expresión errónea que ya explicaré en otra ocasión). Sí, todos lo sabemos: los jóvenes, si de algo pecan, es de mesura y contención, sobre todo en asuntos de entrepierna. Ah, cuán timoratos se muestran los chavales en estos menesteres. Hay que animarlos a que flirteen y se lancen a conocer a fondo al sexo opuesto. Hay que alentarlos a que experimenten con sus atributos sexuales sin las prevenciones y miedos a que ellos acostumbran. Cuántos padres se ven obligados a decirle al joven hijo que afloje las mordazas impuestas al deseo y las mortificantes cautelas. “Vamos, hija, si ya llevas dos semanas saliendo con este chaval. Es bueno, cariño, no se merece que todavía quieras yacer con él haciendo uso del condón. Daros un gusto, mujer.” A menudo, ni siquiera estas exhortaciones paternas a la liberación carnal surten efecto, siendo que los jóvenes, para preocupación de los atribulados padres, acostumbran a quedrse en casa el fin de semana, jugando al ajedrez, pintando al óleo, oyendo a Mozart y demás desvaríos por el estilo. Se olvidan del deber que tienen de dar satisfacción al cuerpo, de entregarse al novio y la novia (amigo-a, quiero decir) sin tapujos o estorbos profilácticos, de empinar el codo para olvidar las penas y de fumar para hacerse mayor.

Nuestras ministras de sanidad e igualdad conocen todo esto. Están al tanto de que nuestros jóvenes (o los de todo el mundo) andan sobrados de responsabilidad, juicio y honestidad (en el sentido recto de pudor y decencia). Lo mejor es aligerarles las cargas de la conciencia. ¿Cómo hacer para que los jóvenes se olviden del ajedrez y de Mozart y se entreguen, como deben, a los placeres de la carne? Nuestras ministras han ideado un plan de tres providencias.

Primera providencia para evitar jóvenes timoratos: “No corones rollos con bombo”. Es decir: tomad precauciones, jovencitos, pero gozad del sexo. Es una medida más dirigida a ellos, claro.

Segunda providencia (para las nenas abrumadas por la responsabilidad): “Si acaso se rompió la gomita de tu chico, ve a la farmacia y pide la píldora del día después. Nadie te preguntará la edad que tienes”.

Tercera providencia: “¿Te ha fallado la gomita, se te olvidó lo de la píldora, no te funcionó ésta? No pasa nada, no te angusties, guíate hasta un hospital y pídele al médico de turno que te saque el “no ser humano” que llevas dentro. Ah, y no se lo digas a tus papás si no quieres, que ya sabemos que eres muy mayor con dieciséis añazos. Pues de la misma manera que sin autorización paterna te puedes “poner tetas”, también te puedes quitar el bicho de la barriga.”

Y todos contentos: los papás, tranquilos, confiados con el proceder de sus retoños. Y con la serenidad que da saber que si su niña aborta, ellos no se enterarán. El amigo o novio, también contento con su papel de mero dador de placer, o de padre por exclusiva decisión de la niña. Y la niña ya ni digamos, sabedora de que podrá tomar decisiones que afectarán directamente a terceros, satisfecha de poder burlar el celo paterno con la ley de su parte, dueña y señora de su cuerpo y del futuro de aquél con quien voluntariamente retozó, contando siempre con el aplauso y beneplácito de nuestras ministras de sanidad e igualdad (o “igual da”, que da lo mismo).

Saludos.

jueves, 23 de abril de 2009

LOS RECADOS DEL ESPEJO.


¿Y ahora qué, señores? Cayó el muro de Berlín, y con él un régimen que, a mi entender, obraba contra nuestra naturaleza, pues imponía (o trataba de imponer) la igualdad por la pura fuerza. Un régimen que cortaba de raíz el humano deseo de emprender, competir, exhibirse y superarse y, que, por supuesto, acumulaba demasiadas contradicciones e injusticias en su seno como para que pudiera perpetuarse en el tiempo. Ahora, otro tanto con el capitalismo desaforado. Otro muro ha caído. Casi han pasado 41 años desde la llamada revolución del mayo del 68. En las calles se reproducen, en las nuevas generaciones, gestos, actitudes y atuendos que nos recuerdan a los melenudos utópicos de aquel año y posteriores. Los movimientos “antiglobalización” o “anti-sistema” parecen cada vez más fuertes. Ciertamente, hay motivos para el descontento y la alarma. Si un sistema está basado en una economía “especulativa” y en la pasión de la codicia desatada (la llamada “cultura del pelotazo), el resultado es, antes o después, una injusticia que deja a muchos con una mano delante y otra detrás. Un sistema de contrastes sociales demasiado fuertes que sume a buena parte de la sociedad y el mundo en la desesperación. No puede ser.

Muchas preguntas flotan en el aire: los nuevos movimientos anti-sistema, ¿acabarán disolviéndose en el matraz de un capitalismo feroz reinventado con apariencia de “cordero”? ¿Sabremos construir un sistema económico que evite los excesos del comunismo y del capitalismo desaforado? ¿Seremos capaces de idear un sistema justo sin renunciar a la competitividad y el estímulo empresarial? ¿Seremos capaces de inventar una forma de vida que no esquilme y contamine el planeta?...


Me temo que nadie tiene la solución a estas y otras preguntas. Quizá el problema de verdad haya que mirarlo en nuestro interior, en nuestra naturaleza, en nuestras aspiraciones y deseos, hoy exacerbados por señuelos publicitarios que nos quieren vender el “paraíso”. Quizá nuestro problema es que todos, o casi todos, aspiramos a ser banqueros de éxito, pero que, en la medida en que no lo somos –ni lo podemos ser- salimos a las calles a dar patadas a las sucursales bancarias. Hay que mirarse al espejo, y ser valiente: ahí está mi enemigo.

jueves, 2 de abril de 2009

UNA REFLEXIÓN SOBRE RAZÓN Y LIBERTAD.


¿Somos criaturas libres o la libertad es sólo una ilusión que se forja la consciencia? Las investigaciones neurológicas actuales nos indican que nuestras decisiones son inconscientes. Una parte de nuestro cerebro se activa unas décimas de segundo antes de que verbalicemos la decisión. Voy a explicar aquí qué pienso sobre la relación entre razón y libertad. Será una reflexión contra el relativismo. Esa impostura psicológica e ideológica que nos lleva a renegar de nosotros mismos.

Supongamos por un momento en que todos estuviésemos de acuerdo con que 1+1=2. Ya sé que es mucho pedir, pero solicito un esfuerzo a los relativistas.

Vayamos ahora con lo de las obligaciones. ¿Qué fuerza psicológica me podrá impedir que yo diga que 1+1=3? ¿Es mi deber, en algún sentido concebible, afirmar que 1+1=2? ¿Qué me obliga a decirlo? En realidad, la lógica. Sin embargo, una cosa es estar obligado a hacer algo y otra, bien distinta, estar o ser “forzado” a hacerla; es decir, hacerlo por una fuerza incoercible. El miedo insuperable a morir me fuerza a darle mis pertenencias al atracador: no soy dueño de mí. El dolor insoportable me fuerza a delatar al compañero de lucha. El golpe que me da ese hombre fuerza mi caída.

En la naturaleza actúan fuerzas. Por eso hablamos de cuatro fuerzas fundamentales: nuclear fuerte, nuclear débil, electromagnética y gravitatoria. Las leyes físicas, hablando en puridad, no “obligan”, sino que “fuerzan”. Ese cuerpo no “obedece” la ley de la gravedad cuando cae al suelo: simplemente se ve forzado a caer al suelo por una fuerza que actúa en él. La obligación (o el deber) pertenece, exclusivamente, al reino de la consciencia (esencialmente la humana hasta donde nos es dado conocer) y de la libertad de acción. La única libertad que conoce el ser humano es la que dimana de la razón, cimiento de la voluntad. Si actúo inconscientemente, actúo forzado por elementos psíquicos incoercibles e incontrolables.

¿Qué nos obliga a aceptar los recados de la razón y la evidencia? ¿Qué nos obliga a responder que 2+2 son 4 y no 5? Nuestro deseo de ser libres, de respetarnos a nosotros mismos, de actuar con auto-control, de sentirnos actores que saben por qué hacen las cosas. Psicológicamente hablando, resulta casi insoportable la sensación de que actuamos de x manera sin saber por qué actuamos así. Esto no es invención mía. El lector interesado puede consultar el magnífico libro del gran neurólogo Michael Gazzaniga, “El cerebro ético”. En él se explican con detalle las contundentes pruebas existentes sobre nuestra necesidad de generar ideas que justifiquen nuestros actos. Racionalizar no es dar razones, desde luego; pero aquí quiero señalar que tanto racionalizar como dar razones son un intento de nuestra mente de mantener en pie nuestra idea de que somos agentes libres, autodeterminados.

Pues bien, ajustarnos a la razón es la única manera de que nuestro deseo de libertad sea algo más que una mera ilusión (racionalización) o compulsión incoercible.

Es decir, la libertad del hombre sólo se hace posible cuando se aceptan las restricciones de la lógica y la axiología. Escoger la solución de la lógica (2+2=4) es la única manera de obrar libremente, bajo control. La obligación moral no fuerza. La obligación “sólo” exhorta. Sólo el respeto a los hechos y la lógica satisface mi deseo de ser un agente libre (o lo más libre posible) en esta vida.

Nada nos fuerza (porque no somos computadores programados para…) a escribir 2+2=4. Si escribimos 4 y no 5, es porque nos parece bueno poner 4 y malo poner 5. Si operamos lógicamente es porque “valoramos” la lógica como el medio por excelencia de sabernos libres: autocontrolados. Podemos poner 5 para burlarnos de algo o alguien, o de guasa. Pero si pretendemos ponerlo en serio, entonces le faltamos el respeto a la misma consciencia de las cosas, nos faltamos el respeto a nosotros mismos, nos llevamos la contraria, nos contradecimos. Por eso, aunque los relativistas intenten hablar con expresiones relativistas, les es imposible: siempre se les cuelan expresiones absolutistas, objetivistas. Bajan la guardia y prescinden del “a mi parecer”, “para mí”, “a mí me gusta”… y recurren al “X es tal”, psicológica y lógicamente omnipresentes. Es que el relativismo propone la negación del mismo yo: una operación tan absurda que la mente la repele con todas sus fuerzas.

Irónicamente, sólo obramos libremente cuando observamos las exhortaciones de la razón, cuando contraemos la obligación de respetar lo que se muestra evidente a la conciencia: que 2+2 son 4. Lo demás es faltarse el respeto a uno mismo, negarse a uno mismo.
Quienes escriben que 2 al sumar 1 y 1, es porque les parece bueno escribir 2.

Somos libres cuando nos acogemos a los dictados de la razón y la evidencia.

Saludos.

domingo, 15 de marzo de 2009

DEBATE SOBRE LA MORALIDAD HUMANA.


Estimados amigos, deseo abordar una de las más caras herencias de la ideología posmoderna: el relativismo moral. Nada diré del epistémico, brillantemente refutado, por ejemplo, por los físicos Sokal y Bricmont en su “Imposturas intelectuales”. Sobre el relativismo moral he mantenido largas e intensas discusiones con algunos filósofos en otros blogs. Todavía las mantengo. Han sido provechosas para mí en el sentido de que me han ayudado a afinar mi pensamiento sobre estas cuestiones. No voy a desvelar al lector, de momento, cuáles son mis conclusiones al respecto. Me gustaría conocer las opiniones y razones de los internautas que visiten estas páginas.
Las cuestiones que quiero tratar (y otras anejas que el lector quiera incluir) son éstas:
- ¿Hay actos universalmente buenos y malos para todos los seres humanos, o lo bueno y lo malo son cosas relativas al sujeto?
- ¿Aspiran todos los seres humanos a ser felices?
- ¿Hay cosas que hagan felices o infelices a todos los humanos?
- ¿Existen seres humanos conformes con su condición de esclavos o sojuzgados?
- ¿Existen normas morales válidas para todos los seres humanos o sólo normas morales culturales o individuales?
- ¿Tenemos un sentido de la justicia innato?
- ¿Tenemos un sentido moral innato?
- ¿Por qué delinquimos?
- ¿Es el arrepentimiento un sentimiento innato o cultural (religioso)?
En fin, son muchas las preguntas y todas ellas interrelacionadas y de capital importancia. ¿Ustedes qué piensan? Les espero.

domingo, 8 de marzo de 2009

LAS NIÑAS DE 16 AÑOS PODRÁN ABORTAR A ESPALDAS DE SUS PADRES.

Amigos, no puedo menos que escandalizarme ante la reciente reforma de la ley del aborto. Me pregunto si será posible que algún día dejemos los españoles de ver las cosas desde posiciones tan extremosas. La derecha eclesial más intransigente es, ya se sabe, incapaz de aceptar ningún caso o tipo de aborto. Y la izquierda “prgre” se atrinchera en su radicalidad, convirtiendo la cuestión del aborto juvenil en bandera feminista.
Sin embargo, aquí, lo que está en discusión no es el derecho de las mujeres a abortar o no, o en qué condiciones, sino el derecho de los padres a saber si su hija menor de edad va a pasar por un quirófano para abortar. Esta nueva medida es un paso más en la acelerada desautorización de los padres frente a los hijos. Y está en discusión si las niñas de dieciséis años están capacitadas y son maduras para tomar decisiones de semejante importancia y gravedad.
Además, da licencia a las chicas de dieciséis años para que, sin rendir cuentas a sus padres, tengan las relaciones sexuales que deseen sin protección. Si el resultado del revolcón es un embarazo no deseado, los padres nada sabrán. La cría irá directa al quirófano con el total desconocimiento de sus propios padres.
Los contrasentidos de esta medida no son evaluables en cuatro líneas. Pero sepan los señores promulgadores de estos despropósitos que están escupiendo al cielo y jugando con fuego. Seguramente así ganarán el voto del feminismo de género, pero las feministas también tienen hijos e hijas. Y, antes o después, sufrirán su comportamiento descontrolado, tan propio de la voluptuosa juventud. Ya hablaremos entonces.
Por tanto:
1. Es una medida más para despojar a los padres de su derecho a tutelar y controlar a sus hijos menores de edad.
2. Facilita enormemente que se den las relaciones sexuales sin protección. Es una incitación indirecta a tenerlas. Si se produce embarazo, no pasa nada: el médico lo soluciona sin que se enteren los papás.
3. Anima indirectamente a los chicos (varones) a mantener relaciones sexuales sin condón, pues el miedo al embarazo no deseado disminuye en ellos y ellas.
4. Es previsible un aumento de embarazos no deseados y abortos en la población adolescentes, lo cual aumentará todavía más la conflictividad entre padres e hijos.
5. Utiliza el comportamiento sexual de chicas de dieciséis años como un “argumento” más del feminismo de género. Agrava las diferencias entre hombre y mujer, exacerbadas en falso por políticas demenciales de “género”.

Si todo esto es de sentido común, me declaro totalmente ajeno a él.

sábado, 28 de febrero de 2009

SOCIABILIDAD, BASE DE LA INTELIGENCIA, PERO TAMBIÉN DEL FANATISMO.




El miedo a diferenciarse de los demás es la base psicológica para crear grupos muy cohesionados. En estos grupos el entendimiento y la comunicación entre sus miembros hacen posible la concepción y ejecución de colosales proyectos inteligentes que jamás podrían ser realizados por personas particulares, con independencia de su inteligencia o fortaleza física. El viaje a la luna fue un proyecto mancomunado que, como tal, aunó el talento y el esfuerzo de muchas personas. Nadie por sí solo podría haber realizado tal hazaña.


Por supuesto, podríamos poner miles de ejemplos más.
Sin embargo, nuestra sociabilidad de especie es también la base de las conductas fanáticas, de las imitaciones peligrosas. Nuestro deseo de ser aceptados por los demás (o por un determinado grupo, “los nuestros”) puede llegar a ser trastornador y enajenante. Voy a poner algún ejemplo. Si yo quisiera formar parte de un grupo religioso, tendría que hacer las cosas que sus integrantes hicieran. Si éstos se fustigan la espalda alguna vez al año en acto de contrición y fe, yo tendré que imitarles, hacer lo mismo. Para probar la fuerza de mi deseo de integración, para ser aceptado en su seno, no podré menos que propinarme tantos latigazos como ellos. Y si además deseo su admiración, será inevitable que intente “hacer méritos” y me dé más latigazos que los acostumbrados. La competición social establecida con el fin de estar integrado en un grupo, nos lleva directamente a un recrudecimiento de aquellas conductas que reflejan los valores de tal grupo. Cabe prever que dentro de un tiempo el número de latigazos será, como media, todavía mayor que el actual. Y así sucesivamente.


Otro ejemplo. Si mis compañeros de grada insultan al árbitro, yo no querré ser menos, con lo cual yo me sumaré a los improperios. Otros compañeros también querrán formar parte de este “su” grupo, y harán lo propio. El resultado, estimado lector, puede ser el que muchas veces vemos en la televisión: una masa irracional de bárbaros peleándose brutalmente por triviales y tribales cuestiones futbolísticas. Aplíquese este sencillo esquema a tantas otras conductas desmesuradas (o ideas) y se comprenderá por qué digo que la sociabilidad es la base del fanatismo. Podría multiplicar los ejemplos, mas no lo creo necesario.


Es nuestra paradójica condición: la sociabilidad es la base de la creación del lenguaje y de nuestra portentosa inteligencia de especie; pero también lo es de comportamientos fanáticos, exclusivos de nuestra especie.

viernes, 27 de febrero de 2009

LISTADO DE RAZONES CONTRA LA PERMISIVIDAD.



El juez Calatayud ofreció en televisión un decálogo de medidas (de creencias posmodernas) para convertir a un niño en un futuro delincuente. Eran medidas, claro está, propias de la “educación” permisiva. Yo ya las conozco. Yo aquí voy a hablar de algunas que expuso el juez y de otras que también forman parte del tesoro de la “educación” permisiva. Después de cada una de estas medidas-creencias, he anejado una réplica que yo creo sensata. Ustedes me dirán si es o no pertinente abrir un amplio debate sobre lo que viene a continuación. Espero que no solo Calatayud y yo (y algún otro ciudadano rara avis) lo creamos conveniente y urgente.


1. No hay que negarle nada al niño, pues no queremos que se frustre.


RÉPLICA SENSATA: Sí, pero el camino más directo hacia la frustración grave y crónica es no negarle nunca nada al niño, pues no aprenderá a soportar adecuadamente las frustraciones inherentes a la vida.


2. No hay que negarles nada o imponerles nada, porque entonces cogerán manía a la cosa impuesta, o peor aun, al mismo progenitor. Si quieren comer hamburguesas, no les obligues a comer manzanas, porque de adultos odiarán las manzanas. Y si les prohíbes algo no conseguirás sino el efecto contrario al perseguido.


Réplica sensata: pues nada, dejemos que empiecen a fumar a los doce años, si así lo desean. Es más, animémosles, pues quizá animándoles a fumar no empiecen a fumar, aunque solo sea por aquello de llevarnos la contraria. Educación permisiva es algo así como “educación” sin padres, casi casi una orfandad.


3. Los padres deben procurar ser los mejores amigos de sus hijos, para que no perciban a los padres como figuras de autoridad severas, lejanas y distantes.


Réplica sensata: de esa manera, ni consiguen ejercer de padres ni de amigos: más bien de espantapájaros. Si los padres se comportan como iguales de sus hijos, nada tiene de extraño que éstos no les obedezcan. A los amigos no hay por qué obedecerles.


4. Hay que reírle las gracias para afianzar en él un yo seguro y desinhibido. Incluso aunque diga una palabrota.


Réplica sensata: No queremos niños inhibidos, pero tampoco niños “desvergonzados”, y si no se calibra bien, la desinhibición infantil conducirá directamente a la desvergüenza.


5. No hay que censurarle nada, para que no desarrolle destructivos sentimientos de culpa.


Réplica sensata: Los sentimientos de culpa no son una herencia del catolicismo, sino sentimientos naturales y necesarios en su justa medida. Si las personas no nos arrepintiéramos de nuestros malos actos, los repetiríamos tranquilamente. ¿Es eso lo que queremos?


6. Jamás hay que pegar a un niño.


Réplica sensata: Nunca debemos ser crueles con los niños (ni con nadie, claro), pero a veces es inevitable dar un azote al niño, siquiera para que entienda que no debe cruzar la carretera sin mirar si vienen coches, o para salvarle la vida cuando va a meter los dedos en el enchufe, o como reprensión justa por patear la espinilla de mamá.


7. Jamás hay que usar la fuerza física contra un niño.


Réplica sensata: ¿Y por qué no? Si el niño se niega a subir al carrito, ¿qué otro remedio nos queda que subirlo a la fuerza? ¿O lo dejamos que se salga con la suya?


8. Hay que dejarles hacer, pues los niños son naturaleza en estado puro y, por tanto, sabios. Más sabios que los adultos.


Réplica sensata: Estamos ante una sandez derivada del éxito de la teoría del Buen Salvaje de Rousseau. La espontaneidad natural de los niños debe ser sabiamente contenida por una buena educación. Si les dejamos expresarse libremente, encontraremos que su “sabiduría” no es ajena a la crueldad con el débil, la glotonería y la impulsividad ciega.


9. No hay que permitir que pasen por malos tragos, sino que es necesario facilitarles la vida.


Réplica sensata: cuando se sobreprotege a los críos, no se les permite practicar lo suficiente ciertas conductas que les serán necesarias para ir cobrando autonomía personal en su entorno físico y social. La sobreprotección es nefasta para el proceso de autonomía infantil y su maduración física y psíquica.


10. Debemos evitar que se enojen. Hay que consolarlos siempre que lloren.


Réplica sensata: No debe importarnos que se enojen si su enojo es debido a que hemos frustrado conductas desobedientes o malévolas. Por otro lado, a partir de cierta edad, el niño debe aprender a consolarse solo.


11. Hay que agasajarlos continuamente y hacerles muchos regalos para que sean felices y no crezca con las carencias materiales que sufrieron o pudieron sufrir sus padres o abuelos.


Réplica sensata: de esa manera no se consigue que sean más felices. Al revés, no agradecen nada y todo les parece insípido. Se sienten los reyes de la casa y ejercen de déspotas que creen merecerlo todo.


12. No hay que dar órdenes a los niños, para que no aprendan conductas autoritarias y despóticas.


Réplica sensata: Al contrario, hay que darles órdenes, si bien justas y sensatas. Cuando no aprenden a obedecer a sus mayores, entonces es cuando los niños, o muchos de ellos, sacan el “déspota” que llevan dentro, o el delincuente de que nos habla Calatayud.


13. No es bueno prohibir cosas al niño ni imponerles límites a sus conductas, pues no sabemos qué es mejor o qué es peor en educación y, en general, en la vida.


Réplica sensata: no es cierto: sabemos muchas cosas con total seguridad. Por otro lado, si nosotros, los adultos, no sabemos bien lo que está bien o está mal, ¿lo sabrán mejor los críos?


14. Hay que explicarles las cosas tantas veces como sean necesarias para que nos entiendan y comprendan.


Réplica sensata: es bueno que nos comprendan en la medida de lo posible, pero no es bueno esperar que nos comprendan siempre. Muchas veces ellos tendrán que obedecernos sin esperar que comprendan nuestras órdenes.


15. Todos los niños son buenos. Si se portan mal es porque han imitado a sus mayores o a patrones culturales inadecuados. Réplica sensata: como dice el juez Calatayud: “Hay niños malos”, y bien malos. Todos los seres humanos somos capaces de albergar intenciones buenas y malas y de comportarnos bien o mal de manera espontánea.


16. Debemos contar democráticamente con la opinión del niño y su parecer, para que vayan aprendiendo a comportarse de manera democrática.


Réplica sensata: sí, siempre y cuando ellos entiendan que nosotros tenemos la última palabra y que nuestras decisiones son inapelables. Una cosa es que tengan voz y otra que tengan voto. El padre justo debe escuchar los gustos y opiniones del crío, pero él debe decidir en qué medida se trata de gustos y opiniones razonables.


17. Hay que dialogar mucho con los niños, incluso con los más pequeños.


Réplica sensata: Hay que hablarles, pero no con la esperanza de que nos vayan a entender. No cifremos nuestras esperanzas de educar bien a los niños en la posibilidad remota de que los críos entiendan lo que les decimos. Muchas veces, no hay diálogo entre padres e hijos, sino un monólogo sin sentido de los padres.


18. Hay que premiarlos cada vez que hacen algo bueno.


Réplica sensata: hay que premiarlos cuando se están instaurando en ellos conductas y hábitos buenos. Una vez instalados, ya no hacen falta premios. Los premios, por otro lado, consistirán, principalmente, en halagos, caricias y expresiones de ánimo.


19. Debemos deshacernos de términos, expresiones y conceptos autoritarios relacionados con la educación: prohibir, ordenar, mandar, prescribir, etc. Es mejor sugerir, invitar, proponer, insinuar, inspirar...


Réplica sensata: no debemos de deshacernos de esos términos. No es correcto sugerir al niño que quite la mesa o invitarle a que haga su habitación, por la sencilla razón de que el niño puede rehusar, con propiedad y lícitamente, la invitación o la sugerencia. En cambio, por definición, las órdenes no se pueden rehusar sin sufrir una consecuencia desagradable. Hay cosas que no son negociables o aplazables.


20. Si los menores hacen algo malo es porque sus tutores no los han vigilado y controlado suficientemente, porque ellos, como menores que son, no pueden ser responsables de sus actos.


Réplica sensata: Como decía acertadamente una compañera en el foro del blog de J.A. Marina: hemos llegado a considerar culpables de los destrozos que hacen los jóvenes a los vigilantes. Esto no puede ser. Si los menores se van de rositas cada vez que hacen algo mal, jamás aprenderán a ser responsables. Pues “respons-able” es quien puede “responder” de su conducta. Cuando un adolescente hace una gamberrada, sabe lo que está haciendo, de modo que debe “responder” de sus actos. Cuando el niño pequeño hace algo que no debe hacer, es necesario el castigo para que comprenda que sus malos actos implican consecuencias desagradables: aprenderá así que hay que responder de los actos propios. No existe la responsabilidad como algo abstracto o como substancia. Existen actos de responsabilidad que, como tales, se aprenden y se entrenan: actos en que la persona, menor o adulta, responde de sus actos.

jueves, 26 de febrero de 2009

CAUSAS DEL FRACASO ESCOLAR.



¿CUÁLES SON LAS CAUSAS PRINCIPALES DEL FRACASO EDUCATIVO? (1)
Lo están diciendo los psicólogos más avezados en estas lides. En una cantidad ingente de hogares, los padres están practicando pautas educativas permisivas y negligentes. Muchos niños se muestran violentos cuando un adulto les niega sus caprichos. Lo hacen porque la violencia (las rabietas, los insultos, los enfados…) les ha dado resultado. Es su medio de conseguir lo que desean.
Para colmo de males, también son muchos los hogares en que el padre (varón) ya no está en casa, ni la ley le permite co-educar a su hijo. Las nefastas leyes del divorcio, de igualdad de “géneros” y contra la violencia de “género” favorecen las rupturas matrimoniales, pues éstas se han convertido en un negocio para muchas mujeres. Para ellas la ruptura supone: piso, pensión e hijos. Y muchas se aprovechan de esta situación. La imagen edulcorada y victimista que los medios ofrecen de la mujer es tan falsa como un euro de madera. Las mujeres también delinquen. Las denuncias falsas al marido o ex por maltrato, para acelerar a su favor los procesos de separación, están al orden del día en los juzgados. Pero ellas son libres para denunciar en falso. Son delitos que quedan impunes.
La cuestión es que la custodia de los hijos es, en exclusiva, para la madre. El padre, en muchos casos, habrá perdido a sus hijos, tras sufrir éstos el comunísimo Síndrome de Alienación Parental (el progenitor malmete al crío contra el otro progenitor; en la mayoría de los casos malmete la madre, pues es ella quien tiene la custodia y más tiempo pasa con el hijo). El padre no los podrá educar en igualdad de condiciones.
Esto cambiará, por supuesto, con el tiempo. Hace unos días me dijo un amigo que conocía una chica muy feminista… hasta que su hermano se vio envuelto en trámites de separación que lo dejaron con una mano delante y otra detrás. Quien practica la injusticia, antes o depués, acaba por sufrirla (no siempre, claro). El feminismo radical de las B. Aído es un acorazado destroza-hogares. La cruz de esta moneda para las mujeres que abusan es que, antes o después, algún miembro de su familia o amistades (padre, hermano, primo, hijo, amigo…) padecerá en sus carnes estos procesos de separación leoninos. Además, los hijos criados sólo con la madre, suelen acabar haciéndose dueños de la casa, y son muchas las madres que se ven obligadas a denunciar a su propio hijo, o a soportarlo santamente.
Y un niño que se cría en hogares permisivos y rotos por traumáticos procesos de separación, difícilmente puede rendir adecuadamente en los estudios. Lo de menos será que rinda o no en la escuela. Lo más preocupante será su conducta descarriada, violenta, antojadiza, intolerante, rebelde, tiránica, intratable… que puede conducirlo por muy malos caminos en esta vida.
Hay más causas del fracaso escolar, por supuesto, bastantes más. Pero ningún estudio serio sobre esas causas debería obviar lo que está pasando en nuestros hogares. Y ya es hora de que vayamos hablando de todo esto.

Raus.

miércoles, 25 de febrero de 2009

RELATIVISMO: ENEMIGO DE LA RAZÓN (1)



Hay algo común a todos los seres humanos, algo que nos iguala más allá de toda duda razonable; que nos permite reconocernos como miembros de una misma especie: el deseo de ser felices. Sí, ya conozco la cantinela de que cada cual entiende la felicidad a su manera, pero eso atañe más a lo accesorio que a la sustancia. Quizá no sepamos muy bien qué necesitamos exactamente para ser felices, pero sí sabemos claramente qué nos trunca nuestros más acariciados deseos. Ni queremos estar enfermos ni queremos que nadie nos maltrate. No queremos pasar frío, calor, hambre, miseria, calamidad. Nos aterroriza la muerte, natural o violenta… No queremos pasar miedo. Nos empavoriza el miedo.
Gracias a la necesidad universal de buscar la felicidad, hemos creado la ciencia y hemos inventado los derechos humanos. Ni la ciencia ni los derechos humanos son meros inventos, como algunos pseudo filósofos dicen por ahí. Nuestra universal búsqueda del bienestar (no sólo material) es el acicate del ingenio, la inteligencia y el talento. De la necesidad nació la razón. Ya sabíamos que el hambre nos hace listos, que la necesidad nos obliga a aguzar el ingenio. Hoy, cuando en gran parte de occidente tenemos cubiertas las necesidades orgánicas, (y ya veremos qué nos trae la actual crisis), observamos la proliferación ingente de enemigos de la razón. Vivimos -la mayoría de nosotros- en estados providentes que nos permiten ser irracionales y tontos, que nos permiten dar la espalda a la inteligencia pública: a la razón. Satisfecho el mondongo y todas las necesidades básicas, el hombre contemporáneo busca el confort espiritual, la ausencia total de miedo, dificultades, resistencias, angustia o dolor. Y, en la más tórpida de las regresiones, cree encontrarlo en regiones extrañas a la razón y la ciencia: en las supersticiones, en el tarot, en las sectas, en la religión, en las drogas…
Las amenazas a la razón provienen de rastrear las huellas de la felicidad en los refugios de la subjetividad y las “verdades” particulares, las “verdades” a la carta. La ciencia pierde atractivo porque, ahítos los sentidos, las ficciones falaces de la imaginación nos dejan vivir mentalmente en la fantasía. Pero antes o después la realidad volverá por sus fueros, poniendo las cosas en su sitio.
La superstición es la enemiga más inmediata de la razón: de la ciencia y los derechos universales; por tanto, enemiga de la felicidad. Pero ¿quién favorece la expansión de la superstición? El relativismo epistémico, ético y estético de la posmodernidad, pues da licencia a cada cual para que defienda su particular credo supersticioso. Y cuidado amigos, porque ese relativismo es hijo legítimo del positivismo lógico: una rama de la filosofía cuya máxima aspiración es -ironía suprema- la de combatir las creencias irracionales. Pues no: el positivismo lógico abre la espita al todo vale y, con ello, a la proteica irracionalidad.
Raus.

martes, 24 de febrero de 2009

Breves razones de este blog.



Estimados amigos, deseo explicarles brevemente qué significa el título de este blog: “Las saetas de la luz”. Lo creo necesario porque quizá el lector pueda sentirse confundido. Un amigo me dijo que, tanto el concepto de “saetas,” como el de “luz”, tienen connotaciones religiosas bastante evidentes. Puede ser, pero aquí tienen un significado mucho menos transcendental, incluso contrario. Ese título podría ser sinónimo de esta expresión: “¡Cómo nos duele (saetas) la realidad (luz)!”. Hacemos lo posible por no mirarnos realmente al espejo, pues nos asusta la imagen que éste nos devuelve.
Como criaturas débiles, antojadizas y temerosas que somos, hemos buscado refugio en dogmas de fe, supersticiones, quimeras, promesas deleznables, eufemismos, tabúes, políticas correctas, filosofías licenciosas, evasivas drogas… Siempre estamos esquivando la mirada especular con los infinitos recursos del autoengaño.
Hoy la razón -nuestro bien más precioso y precario- está en peligro, pues el miedo, siempre insomne, es el rescoldo de la irracionalidad. Ah, pero en nuestra condición de criaturas menesterosas reside la posibilidad de la grandeza: la posibilidad de exigirnos, a despecho de nuestro temblor, lucidez y razón.

Raus.