domingo, 27 de diciembre de 2009

IGUALITARISMO E INDIVIDUALISMO POSMODERNOS.

La posmodernidad rechaza de entrada la posibilidad de dialogar con el otro para convencerlo de algo, como si bajo dicho diálogo se escondiera la innoble intención de someter al otro a nuestros criterios o deseos. Creo que nada malo hay en intentar convencer al otro si también uno está dispuesto a dejarse convencer. ¿Convencer con qué? Con argumentos, con la lógica, con las pruebas: con la razón.

Creo que el cambio educativo empieza por aquí: por las ganas de hablar y de escuchar, comúnmente truncadas por el principio posmoderno de que todas las opiniones valen lo mismo. Seguramente, el declive de la autoridad (en educación y otros muchos ámbitos sociales e institucionales) hace palanca en este fulcro: todas las opiniones valen lo mismo.
Es decir, las del hijo igual que las del padre; las del paciente igual que las del médico; las del neurótico igual que las del psicólogo; las del alumno igual que las del maestro…

La cuestión no es baladí, creo yo. ¿Los orígenes de esta creencia? Resumiendo mucho: los orígenes son el miedo a la autoridad desmedida y despótica.
Por mi parte, intentaré añadir algo más. Lo siguiente: el caldo de cultivo de la ideología posmoderna más cercano en el tiempo fue, quizá, el del mayo del sesenta y ocho y lo que vino después. A mí me pilló toda aquella movida siendo niño y adolescente, y lo suficientemente inmaduro para absorber e interiorizar, como tantos otros, su impronta ideológica. Yo creo que el propósito de aquella revolución, truncada por la misma naturaleza humana, fue algo noble y necesario: unir más a las personas, desacreditar las jerarquías, igualar a las gentes en el trato sin importar procedencia, clase social, profesión, etc. Algo muy loable, pienso yo.

Pero había un riesgo implícito que, pasado el tiempo, ha devenido explícito y lancinante, a saber: que el esponjoso igualitarismo degenerara en corrosivo individualismo. Y eso es precisamente lo que ha pasado y lo que está pasando. En el guión original de los revolucionarios del mayo del sesenta y ocho estaban escritos los conceptos de fraternidad, el trato cordial de unos con otros, la paz, la libertad. Fenomenal. ¿Quién no suscribiría tan nobles propósitos?

Pero la cosa se torció. Esas ideas, las de los años sesenta y setenta, tenían inoculado un virus letal. Pues si todos somos iguales, si todas las opiniones valen lo mismo, si ya no hay autoridades que acatar ni preceptos que observar, ¿por qué razón he de prestar yo oídos al otro, a mi interlocutor? ¿Acaso lo que él me diga valdrá más o tendrá más fundamento que lo que yo diga? ¿Realmente, es mi obligación ética escuchar al otro? Si está prohibido prohibir, si todo signo de autoridad está en entredicho, ¿cómo conceder más valor a lo que dice mi interlocutor que a lo que diga yo, mi vecino o este niño de ocho años? Nada puede extrañarnos, entre muchas otras torsiones del sentido común, el intrusismo profesional de hoy o que, en las conversaciones cotidianas, todo el mundo sepa de todo, sin parar en mientes sobre lo que se dice de política, arte, ética, física o psicología. Al parecer, casi cualquiera de mis amigos o conocidos sabe tanto como yo de psicología, aunque yo sea psicólogo y ellos no. Sí, el arte es una metáfora de lo que está pasando. Igual que todo vale en arte, todo vale en el mundo de las ideas. Tanto da una opinión hecha a vuelapluma que una teoría filosófica o científica. Nada tiene más autoridad que nada.
Yo, que siempre he sido aficionado a las paradojas, tengo a ésta por la joya de la corona. Qué cosa tan curiosa que partiendo de tan buenos propósitos (igualdad, eliminación de las jerarquías, fraternidad… hayamos arribado a esta situación. Qué curioso que del igualitarismo original hayamos llegado a este individualismo que nos señorea y que, nacido de la misma sementera del espíritu democrático, casi nos impide dialogar; es decir: hablar y escuchar para entendernos mejor, no simplemente para marcar nuestro territorio, que es lo que solemos hacer. De suerte que, efectivamente, hemos conseguido aniquilar los signos ostentosos de autoridad, hemos conseguido repudiar la imagen astrosa de los grandes tiranos políticos, militares o religiosos, pero, a cambio, nos ha quedado un rosario interminable de conflictos cotidianos de todos contra todos. Ya no hay un gran tirano, un gran Gallo de corral sino que todos nos tiranizamos unos a otros, gallitos todos, fieles baluartes de la máxima de que nada es mejor que nada, ninguna idea mejor que otra, ninguna teoría más digna de atención que otra. Nadie se digna ceder ante el otro. Quizá por ello asistimos a la gresca continua entre matrimonios, entre vecinos, entre padres e hijos, entre generaciones, entre profesionales y aficionados, entre alumnos y maestros, etc. Es una guerra de todos contra todos. Es la guerra de la vanidad desaforada.

25 comentarios:

  1. Raus,hoy comentaba tu entrada con una paciente, Bueno es lo que hay...Existe un miedo a la idea de autoridad.los limites estan mal vistos,todo esta permitido,todos somos iguales.Y partimos de una premisa falsa,no,no somos iguales a Dios gracias.Una igualdad de oportunidades no significa que seamos iguales,como bien dices,mis pacientes saben más que yo, y los alumnos mas que el prfesor,y mi muchacha más que nadie...y asi sucesivamente,no se pide opinión al que sabe ya que ya no sabemos quien es quien...
    y bueno c´est la vie feliz año.

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  2. Hola, Mercedes, me alegra tenerte por aquí. El otro día pude mirar tu blog, pero no sé qué comentar, pues no he leído esos libros. Y lo malo es que apenas tengo tiempo para pensar en leerlos.

    Pues sí, así es: tú paciente sabe más que tú, cómo no, aunque no sepa distinguir el fémur de la rabadilla. Mis amigos también saben más que yo de psicología, mucho más, ya lo creo. El “Muy Interesante” obra milagros en sus lectores. La recusación de la autoridad, entendida como “prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia”, ha caído en el mismo saco que la autoridad despótica o dictatorial. Por miedo a ésta hemos censurado también aquélla. Algo así como matar moscas a cañonazos. El igualitarismo, como bien ves y mal sufres, barre todo atisbo de humildad. El igualitarismo nos lleva al conflicto de todos contra todos. ¿Quién se apeará del burro si nadie está por encima de nadie? Al principio de toda relación son ostensibles el acercamiento, la confianza y el “buen rollo”. Todos se abrazan fraternalmente y comen a la misma mesa. Todos a pie de igualdad. A las pocas horas ya han medrado las ojerizas y no se pueden ni ver. Se pasa del abrazo fraternal al fraticida en menos que canta un gallo. Igualitarismo –no sé cuándo nos daremos cuenta de ello- es sinónimo de conflicto, discusión y malestar.

    Saludos y feliz año.

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  3. Efectivamente, como casi siempre, totalmente de acuerdo.
    Y lo que comentas, ha llevado en mi opinión a una disminución de la educación en las calles. Porque ya solo existen relaciones de "igual" a "igual". Por ejemplo, algo que me tenía maravillado en España en los últimos tiempos (como sabes, ahora no vivo allí) era que por ejemplo, ya no existía la relación cliente/vendedor, por ejemplo, que tantísimo se cuida en las culturas anglosajonas (ellos inventaron lo de "el cliente siempre lleva la razón"). Pues bien, en mi ciudad natal, me encontraba a menudo con casos en los que los dependientes/as de las tiendas, me trataban con total indiferencia, pasotismo y chulería llegándome a insultar (sí, insultar, por increíble que parezca) en varias ocasiones. Esto solo es posible en el contexto que tú dibujas en la entrada: falta de las inevitables relaciones asimétricas en las que una de las partes, tiene cierta "autoridad", aunque solo sea en temas particulares, o en momentos concretos de esa relación.
    Yo no digo que ahora se esté peor o mejor que antes (que podría, si quisiera) solo digo que hay caminos que de seguirse no creo que lleven a nada bueno.

    Un saludo y me alegra volver a leerte.

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  4. Hola, Cambiosocialya, gracias por tus palabras. A propósito de lo que cuentas sobre la relación cliente/dependiente (por ciento, yo fui tendero en mi juventud, antes de iniciar estudios por la UNED), hace unos días mi hermano, que vive en Valencia, contaba lo mismo que tú. No lo de los insultos, pero sí una inexplicable apatía en muchos dependientes dueños del negocio. Las relaciones simétricas no suelen conducir a un mayor entendimiento, sino a una lucha de cada cual por no ser menos que el otro. Evidentemente, la relaciones muy asimétricas, en que es posible que el de arriba sojuzgue al de abajo, son fatales y denigrantes. Lo que sobra en ellas no es el debido respeto que el que menos sabe le debe al que más sabe, sino el abuso de autoridad de éste. El igualitarismo ha pretendido acabar con el abuso de autoridad (o de poder anejo a ciertas autoridades), pero con tal desproporción y desatino que se ha llevado por delante el respeto (o la admiración) que el aficionado le debe al profesional, el ignorante al sabio o e niño al adulto. Así nos luce: nadie cede la palabra al otro en un corral de gallitos que pugnan por mostrar su superioridad. Lamentable.

    Un saludo y feliz año nuevo.

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  5. Igualmente.

    Y creo que ello también redunda tal vez en un nivel de agresividad sutil en el ambiente. Como existe la actitud "tú no puedes ser más que yo, de ninguna manera", solo hace falta una chispa a veces para encender las susceptibilidades.

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  6. Exactamente, de la lógica sensibilidad para con uno mismo y amor propio hemos pasado a la simple y llana susceptibilidad. De ahí la constante necesidad actual de aprender a defenderse de los demás y salir bien parado de los encuentros o encontronazos sociales. Los libros sobre "asertividad" (defensa del territorio) colman las estanterías de autoayuda y psicología. En un mundo como el nuestro es difícil encontrar signos de humildad. Y la humildad es un componente esencial de la sabiduría, o de una actitud sabia ante la vida. Es la disposición mental adecuada para escuchar al otro (al que sabe más que tú sobre algo) y aprender de su inteligencia. Un mundo carente de humildad es, por definición, un mundo sordo al otro, un mundo idiota.

    Esta crítica a lo que hoy ocurre no encierra necesariamente una apología de lo pasado. Criticable, y mucho, era aquel sistema de jerarquías férreas que, con facilidad, arribaba en despotismo de unos y sumisión de otros (la mayoría). Por tanto, la crítica de lo actual no es añoranza de nada, sino simple advertencia de que el camino de la fraternidad y la concordia no es tampoco éste que hoy transitamos.

    Saludos.

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  7. Hablando de autoridad y excelencia, mirad lo que he encontrado.

    El viejo guardián

    ¡Qué gusto daba mirar desde lo alto los barcos que resbalaban sobre el mar como un espejo! El pequeño Yon se sentía feliz en la cima de aquel monte. Sin padres había ido a vivir con su abuelo con aquella casita de la montaña, en medio de los campos de arroz, dorados como el oro. Gozaba allí de aire puro y sol y libertad como los pájaros. Podía correr y jugar alegremente. ¡qué bien se vivía en aquella paz campesina!
    El pueblecito estaba allá abajo, a lo largo de la costa, frente al mar incendiado de sol. Yon veía las casas pequeñitas, blancas, limpias; todo el pueblo como un lindo juguete. Y a los hombres y a los niños los veía como hormigas grandes y hormigas pequeñas.
    Entre el monte y el mar sólo había una estrecha faja de tierra donde los hombres construyeron sus casas. Los campos cultivados estaban en aquella planicie de la montaña, húmeda y fértil, donde vivía Yon. El abuelo era el guardián de los extensos arrozales del pueblo.
    El niño amaba los grandes campos de arroz. Siempre estaba dispuesto a ayudar en el trabajo de abrir las acequias de riego, y nadie como él ahuyentaba los pájaros en la época de la siega. Yon se sentía feliz. Abuelo lo quería mucho. Vivían los dos en la casita menuda y limpia, y estaba seguro que los otros niños le tendrían envidia. Aquel viejo fuerte y serio era el mejor de todos los hombres.
    Un día en que las espigas amarillas brillaban al sol, el viejo guardián miraba a lo lejos, al horizonte del mar. Su mirada era fija y llena de sorpresa. Una especie de nube grande y negra se elevaba en el confin como si el agua se revolviera contra el cielo. El viejo seguía mirando fijamente. De pronto se volvió hacia la casa y grito: “¡Yon!, ¡Yon!, trae del fuego una rama encendida”.
    El pequeño Yon no comprendía el deseo de su abuelo, pero obedeció al momento y salió corriendo con una tea en la mano. El viejo había cogido otra y corría hacia el arrozal más próximo. Yon le seguía sorprendido. ¿Sería posible? Y al ver horrorizado que tiraba de la tea hecha llamas en el campo de arroz, gritó: “¡Qué haces abuelo! ¡Qué quieres hacer!”
    ¡De prisa, de prisa, Yon, prende fuego a los campos!
    Yon quedó inmóvil. Pensó que su abuelo había perdido la razón, y todo su cuerpo se llenó de espanto. Pero un niño japonés obedece siempre, y Yon tiró la antorcha llameante entre las espigas.
    Primero fue una lumbre débil donde se retorcían los tallos resecados; después se extendió el fuego en llamaradas rojas, y bien pronto fueron los arrozales una inmensa hoguera. La montaña se elevaba hasta el cielo en una columna de humo.
    Desde allá abajo los habitantes del pueblecito vieron sus campos incendiados y, dando gritos de rabia, corrieron desesperados, trepando por senderos tortuosos del monte; subiendo, subiendo hasta agotar las fuerzas. Nadie quedaba atrás, también las mujeres subían con los niños a las espaldas.

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  8. Al llegar al llano y ver los extensos arrozales devastados, la indignación se oyó en un grito de furia: ¿Quién ha sido? ¿Quién es el incendiario?
    El viejo guardián se adelantó a los hombres y dijo con serenidad: “¡Yo he sido!”
    Yon lloraba un grupo los rodeó con actitud amenazadora, gritando: “¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué?
    El viejo se volvió severo y extendió la mano señalando el horizonte. “Mirad allá” - dijo.
    Al fondo, donde unas horas antes la gran superficie del mar era plana como un espejo, se levantaba ahora hasta el cielo una espantosa muralla de agua. Una ola oscura y gigantesca avanzaba amenazadora desde el confin.
    Hubo un momento de horror. Ni un grito... Los corazones latían con fuerza. La muralla de agua avanzó hasta la tierra con un bronco bramido, se volcó sobre la costa deshaciéndolo todo, invadiéndolo todo, y fue a romperse, en un trueno desgarrado y furioso, contra la montaña... Una ola más. Después otra más débil... Luego, el mar se fue retirando con un rugido sordo.
    La tierra apareció revuelta y socavada. El pueblecito había desaparecido, deshecho y arrastrado por aquella ola inmensa. El viejo guardián miró satisfecho a todos los habitantes bien seguros en la cima del monte. Su presencia de ánimo les había salvado de la invasión del mar.

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  9. Estimado Anónimo, le agradezco mucho la molestia que usted se ha tomado trascribiendo ese aleccionador y esmerado relato. A saber qué hubiera hecho un nieto español con la tea. Seguramente cualquier cosa menos lo que le ordenara el abuelo. Ojalá llegue el día en que los adultos enseñemos humildad a los niños, porque la vanidad es sorda.

    Gracias y feliz año nuevo.

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  10. Hola,hace unos dias que leí un librito de Enrique Rojas
    que hablaba de este tema, se titula "El hombre light"es muy sencillo y refleja nuestra sociedad actual, donde todo es light, sin compromisos, superficial,generando un cierto desencanto.
    Saludos.

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  11. Gracias, Mercedes. Sí, eso es, ese desencanto forma parte de nuestra existencia. Guilles Lipovestsky lo ha estudiado también mucho en sus libros. Quizá ello explique en parte el aumento de depresiones y enfermedades mentales de estos tiempos. También contribuye a ello nuestra dificultad para ceder y entendernos cono los demás: ese conflicto permanente de vanidades que lleva, por ejemplo, a la ruptura matrimonial de tantas parejas. El divorcio es, no en vano, una de las principales causas de depresión.

    Saludos.

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  12. Saludos a todos
    Siempre que puedo les leo y procuro que les lean otros
    Ante mi cortedad para alguna aportación útil, no puedo hacer más que intentar dar ánimo y (aunque se que sus objetivos no incluyen el aplauso social) hacerles saber que algunos agradecemos poder leer contenidos de este tipo.
    Gracias por ayudar a pensar y saludos.

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  13. Hola, nikomallas, me alegro de tenerle por aquí. A mí siempre me parecieron muy buenas sus aportaciones. Siempre se las agradeceré. Lo malo de este blog es que, como tantas veces digo, no puedo atenderlo como debiera. Apenas me queda tiempo para contestar a mis contertulios con la diligencia que merecen.
    Gracias por sus palabras, nikomallas, es muy amable.

    Cordiales saludos.

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  14. Querido amigo: Ante todo, gracias por haberte convertido en el primer (y único) seguidor de mi blog. Voy a corresponderte, porque el tuyo me parece realmente interesante, tanto como el campo de la psicología, qué lástima que el estado actual de la enseñanza, que tan bien conoces, haya sembrado entre los profesores la desconfianza hacia ella. Un par de pequeñas observaciones a este artículo. La primera: ¿no crees que la ola antiautoritaria de la Transición (en la que hubo tantos malentendidos) tuvo mucho que ver en esta lamentable falta de respeto y de fair play de hoy en día? La segunda: hemos llegado muy lejos, creo yo, nos hemos hecho tan autosuficientes que nos hemos cargado cosas tan elementales como la amabilidad, la cortesía o los simples buenos modos: hoy la tendencia es andra pisando fuerte, y el que venga, que se aparte. Así no hay modo.

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  15. Querido guachimán, gracias por tus palabras y bienvenido. Ando tan apretado de horario que prefiero aplazar un poco la contestación a tu comentario y contestarte como mereces. Todavía le debo una respuesta a otra amable participante.

    Un cordial saludo.

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  16. Raus, te pido permiso para mandar un comentario a cambiosocialya, no sé como mandarlo desde su página. Si no consideras adecuada mi petición, no lo edites, lo entenderé, gracias de cualquier forma.
    Isabel en 1950 trabajaba 14 horas todos los días, incluidos domingos y días de fiestas. Trabajaba en casa del boticario del pueblo, llegaba a casa de los señores a las ocho de la mañana y regresaba a la suya a las diez de la noche, tenía que esperar que cenaran los señores para poder llevarse las sobras también de la cena. Así llevaba la cena y la comida del día siguiente a sus hijos. Su marido era albañil y borracho, se gastaba todo lo que, nunca llegaba a casa antes de las doce de la noche; para entonces ya estaban todos acostados, aunque muchos días la liaba, los despertaba, pegaba a su mujer, la llamaba fulana, víbora... La hija mayor, poco fue a la escuela, a sus catorce años ya estaba cansada de bregar con los hermanos y el padre. Tenía que prepararles el desayuno, ayudar a los pequeños a vestirse y llevarlos a la escuela, fregar, lavar la ropa, planchar, calentar la comida, poner la mesa, etc. Los tres pequeños aún iban a la escuela. El mayor de los varones trabajaba de recadero. El marido murió pronto de una borrachera y la niña mayor se marcho a trabajar a Madrid. Se hizo cargo de la casa la segunda de las hembras e Isabel siguió alimentando a sus hijos y vistiéndolos con la ropa que los señoritos desechaban. Hoy están todos los hijos de Isabel muy bien situados, todos sus nietos tienen carrera.
    ¡Cuántas historias parecidas a ésta he conocido. ¡Cuántas mujeres maravillosas! Amas de cría, ultrajadas por señoritos, maridos…
    Cuando estuve en el Barrio Rojo de Ámsterdam, nos contó la guía el porqué aquellas señoritas mostraban sus encantos en escaparates. La tradición venía de lejos; al parecer las esposas de los marineros muertos o ausentes durante muchos meses, sin tener que llevarse a la boca - ni a la suya ni a la de sus hijos - no tenían más remedio que mostrarse tras los cristales de sus ventanas un poco ligeras de ropa, lo demás… ya se lo puede uno imaginar.
    ¡Cuántas mujeres han hecho a lo largo de la historia de madre y padre! ¡Cuántas!
    La mayoría además de ejercer de madre hemos tenido que salir a cazar, igual que las leonas. ¿Qué se aprovechan de nosotras unos y otros?, eso ya lo sabemos, siempre fue así, pero que se diga en el siglo XXI que la mujer sólo debe ocuparse de la educación de los hijos… pero si de eso ya nos ocupamos, aunque trabajemos ocho horas fuera de casa; los que deben ocuparse de la parte que les corresponde en la educación de los hijos y de las tareas del hogar, etc. son aquellos que no lo hacen (ya sean hombres o mujeres).
    En algunos países europeos hay iniciativas de conciliación… tanto para hombres como para mujeres…
    No comprendo a los que quieren dar marcha atrás para recuperar aquello que no funcionó, que desaprovecho tanta sensibilidad, inteligencia, felicidad… Miremos atrás principalmente para no cometer los mismos errores.
    Saludos

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  17. No hay problema, estimada Anónimo. Por mi parte, tengo pensado escribir un artículo sobre cuestiones de feminismo y anejas, pero no sé cuándo, como siempre.

    Saludos.

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  18. Estimado Pablo, ahora tengo algo más de tiempo. No tardarás en tener más seguidores, pues tu blog es muy bueno. Los profesores tienen, en general, buenas razones para desconfiar de la psicología, al menos de la que conocen. Los desvaríos de la psicopedagogía los conozco bien, pues durante un par de años me prepare las oposiciones para ejercer en los centros de enseñanza. En la academia a la que fui pude empaparme de una cantidad de gilipolleces tan tremendas que apenas podía leer dos párrafos seguidos sin quedar en apnea. Obviamente, suspendí. Aunque también en parte por mi desazonadora falta de retentiva. No quiero ni imaginar qué calvario hubiese sido mi vida si hubiese aprobado. ¿Te imaginas mi papel de psicopedagogo?

    Por otra parte, también he dado clases a niños, jóvenes y adultos sobre cuestiones relacionadas con la psicología (geriatría, técnicas de estudio, etc.), y he podido comprobar el paupérrimo nivel académico de nuestros alumnos y su general falta de civismo, en parte por culpa de los consejos psicopedagógicos lanzados por bastantes de mis colegas. Por fortuna, también hay grandes profesionales de psicología, raras avis que no han perdido el sentido común.

    Estoy de acuerdo con lo que dices de la ola antiautoritaria de la Transición y la actual falta de respeto. El juez de menores, Emilio Calatayud, habla, con acierto, del “padre pre-constitucional y del padre pos-constitucional” para referirse a los cambios en la mentalidad de los padres en la educación de sus hijos. Esto obedece a la famosa ley del péndulo. Y el problema es que muchos lleven en mente preparar un nuevo bandazo, como si nuestro destino fuera estar condenados a vivir siempre en el exceso ideológico.

    Es verdad, hemos llegado muy lejos. En un mundo igualitarista en que nadie es menos que nadie en nada, se impone la ley del más fuerte: aquel que más grita o más enseña los dientes se lleva el gato al agua. Y también aquéllos que más se saben hacer las víctimas. Algo propio de unas sociedades con un desarrollo hipertrófico de los derechos civiles. Como he dicho en alguna ocasión, no creo que esto tenga remedio. Sin embargo, es nuestro deber moral hacer lo posible por cambiar el rumbo torcido de nuestras sociedades.

    Saludos.

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  19. Bueno, parece que los hechos son tan claros que hay poco lugar para la discrepancia: has mencionado ideas clave que siempre salen al hablar de estos temas: pendulazo, enseñar los dientes, victimismo, hipertrofia de los derechos... En esto estamos, precisamente: en una interpretación abusiva y aberrante del concepto de derecho (tan importante y tan difícil de conseguir) que ha rebajado mucho la calidad de nuestra convivencia. ¿Qué se fizo del diálogo, de la simpatía y la empatía, de la confianza, de la solidaridad, de la cortesía...? No fueron sino verduras / de las eras. Tú eres pesimista; yo, también, y me temo que no somos los únicos. ¿Será sólo en España? Un saludo.

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  21. A ver ahora, como anónimo.

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  22. Perfecto, Raus, no sé qué demonios pasaría... Borre si quiere estas entradas que son pruebas y ya escribo algo más pensado. Perdón por las molestías.

    (Desclasado)

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  23. Ninguna molestia, Desclasado. A veces ocurren estas cosas tan raras, vaya usted a saber por qué.

    Un saludo.

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  24. Pues la verdad que no sé que puede pasar...a mi me deja comentar perfectamente.

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