martes, 27 de abril de 2010

PARA EL FORO DE DESEDUCATIVOS

Una de las objeciones y recriminaciones más reiteradas e importantes de los defensores de la LOGSE es, en efecto, que nuestra intención es deshacernos de los alumnos de clases socioeconómicas bajas. Y es totalmente cierto que los alumnos revienta-clases no sólo proceden de familias y barrios pobres, ni tiene por qué ser así. Chavales insolentes que gustan desafiar al profesor los hay por todas partes. Muchos viene muy maleducados de familias “piji-progres”: adineradas y con buena posición, pero que, por ser tan “progresistas” han empleado con sus hijos unas prácticas educativas perniciosas, con total ausencia de autoridad paterna y ajenas al sentido común. El número de chicos con problemas de personalidad, e incluso con el “síndrome de emperador”, no sólo proceden de familias “desestructuradas” (vaya palabro”), sino, como digo, de familias con buenos recursos que aplican un igualitarismo pseudodemocrático al “educar” al hijo.
En mi opinión (insisto, en mi opinión; ignoro qué pensarán los demás coautores de Deseducativos y otros maestros y profesores), un buen profesor NO tiene por qué saber cortar dialécticamente a un alumno que lo insulta (o que insulta a otro alumno). Ni tampoco, más en concreto, saber ponerlo en ridículo. Si a estos “cortes” tienen que recurrir no pocos profesores es debido, precisamente, a que el profesorado no puede contar ni con la ayuda sistemática del centro ni, por supuesto, con los padres del chaval insolente (al menos por lo general).
El chaval que insulta al profesor o al alumno debería salir inmediatamente de clase. Cuando hay reiteración de insultos o mala conducta en general, los padres deberían saber sancionar al hijo, colaborar con el docente. Es decir, debería haber entendimiento entre profesores y padres en estas cuestiones (y otras). Pero, al menos, si la colaboración paterna no existe, el centro debería tener claro que el alumno insolente debe salir de clase ipso facto, porque ni aprende ni deja aprender y porque su conducta es indigna. Nuestro amigo Lozano Andaluz nos dijo que en otros países con buen sistema de enseñanza el docente sólo tenía que apretar un botón de debajo de la mesa para avisar de que un alumno debía salir fuera. Es decir, la mala educación reiterada debe tratarse fuera de clase. Eso es una medida correctora adecuada por varias razones. Una, muy importante, es que los demás alumnos no tienen por qué perder el tiempo de clase por culpa de un alumno maleducado, ni tienen por qué oír cosas poco agradables. Los problemas de indisciplina importantes no deben tratarse en la misma clase. Eso es como si un adulto se dedica a insultar a sus compañeros de trabajo y el jefe decide amonestarlo o apercibirlo en el mismo lugar. El resultado, entre otros, es que durante ese tiempo se para o ralentiza el trabajo porque todo el mundo está pendiente y expectante de qué dirá el trabajador y qué dirá el jefe; a veces con la curiosidad malsana de ver si el jefe sabe ponerse en su lugar o si el otro le gana la partida. Por otro lado, el profesor que corta al alumno puede quedar muy humanamente afectado del rifi rafe con el alumno, lo cual le perjudicará su concentración. O quizá se quede con el temor de que el alumno vuelva a las andadas, y esto lo dejará inquieto y nervioso.
Así pues, la necesidad de enfrentarse en clase a alumnos que insultan, molestan y sacan de quicio a todo el mundo:
- Supone un parón en la buena marcha de la clase. Pérdida de tiempo para todos.
- Posible (probable diría yo) expectación malsana de los alumnos por el desenlace y por ver si el alumno pone en entredicho la autoridad del profesor.
- El profesor se ve obligado a un “cuerpo a cuerpo” indigno de su profesión y cometido.
- Un alumno de 15 ó 16 años con largos años de chulería en su currículo podría no verse intimidado ni cortado por la intervención “cortante” del profesor, lo cual agravaría la cosa.
- El profesor, como humano que es, podría perder los papeles, en especial si tiene un mal día.
- Si el chaval quedase en ridículo o avergonzado, el profesor podría temer una futura venganza de aquél.
- El profesor podría desconcentrarse o quedar nervioso tras el encontronazo “dialéctico” con el alumno, lo cual repercutiría en la calidad de sus explicaciones.
- Los padres, incluso aunque fueran colaboradores, podrían quejarse de ese particular método correctivo. Etc., etc.
El drama de los profesores, quizá el mayor, es que se hallan en la más pura indefensión, que nadie los apoya. Los partes casi nunca sirven para nada. Un amigo maestro me dice que ya no hace partes, porque no sirven para nada en absoluto. Los métodos adecuados para tratar estos casos pasan por la expulsión inmediata de clase del alumno que insulta o agrede al profesor o a los alumnos, por las razones expuestas. La expulsión, huelga decirlo, será proporcional a la falta cometida.
Otra cosa, por supuesto, son las faltas de respeto leves, que, por ser tales, sí pueden ser tratadas en el mismo desarrollo de la clase. En fin, a este respecto me gustaría oír las opiniones de mis compañeros.

Saludos.

martes, 30 de marzo de 2010

domingo, 21 de marzo de 2010

MI ANCIANA MADRE HACIENDO GAZPACHO ANDALUZ



Todavía tengo que rectificar la cara. El carrillo derecho me salió demasiado ancho o grueso. Pero, como siempre, el tiempo es escaso.

EN EL PARQUE


Una imagen maternal. Esta vez hice una foto de un parque de Albacete y trabajé con ella. También es de los primeros que hice. Ahora le cambiaría mil cosas, pero lo dejo así porque me gusta ver mis progresos con el paso del tiempo.

sábado, 20 de marzo de 2010

DESDE LA VENTANA DEL DORMITORIO




Este cuadro lo hice hace unos meses. Es la vista que se puede contemplar desde mi habitación. Igualmente, está sin terminar. La minuciosidad de estos trabajos y mis muchas otras obligaciones me impiden rematarlos como quisiera.

UNA CALLE DE MI PUEBLO


Este que aquí ven es un encargo de una calle de mi pueblo. Todavía está sin terminar, pero ya le falta muy poco.
Saludos.

RINCÓN DE LA COCINA



Este es de los primeros que hice. Los bodegones los encuentro adecuados para aprender técnica. Te permiten disponer de los elementos como desees (los peroles no se suelen rebelar ni cansar de posar). Al principio empecé con el pastel. Bastantes de los mejores lo he podido vender.

Saludos.

jueves, 18 de marzo de 2010

MI FACETA DE PINTOR


Hola, amigos. Me presento en mi faceta de pintor. La foto es bastante mala, pero servirá, espero, para que se hagan una idea. Iré colocando mis pinturas de cuando en cuando. O quizá abra otro blog dedicado al arte. El presente cuadro armoniza con el título del blog. Es un homenaje, un brindis a la inteligencia, la cultura y la razón. No está terminado del todo, y ya veremos cuándolo puedo atacarle de nuevo. Espero que les guste.

sábado, 13 de marzo de 2010

MANIFIESTO POR UN CAMBIO EN NUESTROS SISTEMA DE ENSEÑANZA

Queridos amigos, la entrada que hoy aquí presento es, sin duda, la más importante que hasta la fecha he publicado. Les explico. Desde hace un tiempo, vengo participando como coautor en un blog sobre educación llamado “DESEDUCATIVOS”. Que no les confunda el nombre. Una vez dentro, hay entradas que explican y justifican por qué llamarse así. Deseducativos es un blog que cuenta con la participación y coautoría de un puñado de maestros y profesores hartos de la ineficacia del actual sistema de enseñanza. Hartos de la LOGSE, la LOE y, en general, de todas las leyes sobre educación vigentes, pues, como allí se explica con claridad en muchos artículos, esas leyes son la causa principal del actual desastre académico, del fracaso escolar y la galopante degradación intelectual y cultural de nuestros niños y jóvenes.

Les voy a pedir, amigos, que procuren despojarse de posibles juicios precipitados. Por muchos somos vistos, inevitablemente, como enemigos del progreso social, como carcas retrógrados que piden una vuelta al autoritarismo o la recuperación de las formas despóticas. Por muchos somos vistos como fachas nostálgicos de tiempos pasados. Y esto es falso. Es una acusación que gravitará sobre nuestras cabezas, lanzada por quienes, a falta de argumentos y en contra de la evidencia disponible, se acogen a la vía fácil de la difamación, la descalificación maquinal y el prejuicio. Nadie se confunda. Cada coautor tendrá las ideas políticas que tenga (y cada cual tiene derecho a ser este u otro color; yo intento ser incoloro), pero lo que nos une por encima de cualquier discrepancia, es la convicción de que nuestra escuela necesita un cambio radical si queremos establecer una enseñanza de calidad, necesaria para que este bendito país no esté condenado a la ignorancia y la crisis económica permanentes.

No me enrollo más. Les dejo a continuación con la lectura del manifiesto. El enlace a DESEDUCATIVOS es éste: http://deseducativos.com/

Y otros de interés:

http://www.petitiononline.com/mani7584/petition.html

http://manifiestomp.com/#comment-12

Lean, por favor, el manifiesto, y si se quedan con dudas, pues no deja de ser una apretada síntesis de nuestras ideas, lean también los lúcidos artículos publicados en el blog que lo respaldan y justifican. Lean y juzguen ustedes si las reivindicaciones y peticiones de ese manifiesto merecen su apoyo, divulgación y firma. Espero de corazón así lo juzguen.
Gracias y un abrazo a todos.


POR UN SISTEMA EDUCATIVO LIBRE, EFICAZ E INDEPENDIENTE

Cuando la soledad de un amplio colectivo de ciudadanos y la falta de representación política de sus argumentos impelen al desencanto y a la irritación, pero también a la sagacidad, es un deber inexcusable de la sociedad civil tomar la iniciativa y exigir que se tengan en cuenta sus reivindicaciones.
Sostenemos como incontrovertibles las siguientes evidencias: que el de los docentes es uno de los colectivos profesionales de España más desguarnecido, más irrepresentado, más desengañado, más enfadado y, en última instancia, más capacitado para denunciar el cúmulo de atropellos que se han ido cometiendo desde hace más de veinte años; que las diversas reformas educativas han fracasado estrepitosamente en todos sus planteamientos y han condenado a generaciones de estudiantes españoles a ser de las peor preparadas de la Unión Europea; que las circunstancias económicas de nuestro país obligan a dar, cuanto antes, un giro radical en la política educativa que han venido proponiendo hasta ahora los partidos políticos con representación parlamentaria, ya que, de no ser así, ninguna reforma logrará el objetivo -suponemos que sincero- de sacar a España de la grave crisis en la que se halla inmersa.
Por ello, y ante el anuncio de las negociaciones que el Ministerio de Educación está llevando a cabo con diferentes grupos políticos y con los principales sindicatos de la enseñanza, los abajo firmantes (maestros de Primaria, profesores de Secundaria y Bachillerato, profesores de Formación Profesional, profesores de Universidad, padres, madres y ciudadanos en general) nos vemos en la necesidad de exigir:
1.- Que el Pacto por la Educación incluya el criterio de los profesionales de la enseñanzaque están dando clase -y no sólo de quienes dicen ser sus representantes-, únicos expertos hasta el momento y principales conocedores de la realidad de las aulas españolas.
2.- Que el Pacto por la Educación se despoje de una vez por todas de la influencia de modas pedagógicas que no valoran el esfuerzo, la disciplina o la transmisión de conocimientos; limite las atribuciones de psicólogos y pedagogos, tanto en la administración como en los centros, a los fines estrictos de su adscripción, y se atenga exclusivamente a la realidad de unos estudiantes que necesitan con urgencia una formación en contenidos exigente para afrontar los retos del futuro.
3.- Que el Pacto por la Educación impida todo intento de manipulación ideológica de los planes de estudios, evite cualquier prejuicio partidista o electoralista, se atenga únicamente a los hechos, detecte los problemas más acuciantes y actúe en consecuencia, sin que se vea lastrado o condicionado por intereses espurios que nada tienen que ver con la enseñanza.
4.- Que el Pacto por la Educación no confunda, como se viene haciendo desde hace más de veinte años, la igualdad de oportunidades de una enseñanza obligatoria hasta los 16 años con la uniformidad de capacidades, y el derecho universal a una educación de calidad con la obligación de recibir unos mismos contenidos, exigencia que atenta contra los derechos individuales, niega que existan personas con distintas capacidades físicas e intelectuales o con perspectivas e intereses diversos, e impide que el Estado salvaguarde la legítima aspiración de los ciudadanos a promocionar socialmente.
5.- Que el Pacto por la Educación conciba una Enseñanza Infantil que no ignore que los niños de edades comprendidas entre los 0 y los 4 años han de pasar la mayor parte del tiempo con sus padres, aun cuando eso signifique que deban reconsiderarse las actuales normativas que rigen los permisos de maternidad y paternidad y los horarios laborales de los progenitores; que no eluda la responsabilidad de iniciar el aprendizaje de ciertas habilidades intelectuales cuando la capacidad o la inclinación de los alumnos así lo requieran; que no se entienda, en definitiva, como una etapa en la que sus profesionales han de quedar reducidos a ser simples nodrizas.
6.- Que el Pacto por la Educación considere la Enseñanza Primaria como el ciclo más importante en la formación del alumno, limite la promoción automática a los primeros años de la etapa, no desdeñe el rigor y la exigencia necesarios para afianzar tanto las habilidades primordiales en lectoescritura y cálculo matemático como los conocimientos básicos de otras disciplinas también esenciales, y no eluda la necesidad de plantear una Primaria hasta los 14 años. Pero que, sobre todo, haga de este periodo de aprendizaje el mejor momento para guiar al alumno en su futuro académico demandándole tenacidad, disciplina y esfuerzo, y detectando a tiempo y prestando una mayor atención a los problemas que puedan surgirle mediante una exigente labor de orientación -labor que sólo tiene sentido y es eficiente en esta etapa- que huya de la inútil burocracia actual y, principalmente, a través de programas de refuerzo dentro y fuera del aula.
7.- Que el Pacto por la Educación recapacite sobre la conveniencia de mantener, contra viento, marea y estadísticas adversas, la Enseñanza Secundaria, etapa que se ha revelado como uno de los mayores fracasos de las últimas reformas legales; que conciba, en su lugar, la creación de unBachillerato de 4 años de duración que recupere el valor del mérito académico acabando con la promoción automática y restablezca la especificidad que le da sentido y que lo define como la etapa preparatoria para los estudios superiores; que se atreva a abordar definitivamente una reforma de la Formación Profesional que convierta esta etapa en el motor más importante para transformar el modelo productivo de nuestro país, y que evite que se la continúe considerando una simple alternativa para aquellos que no pueden acceder al Bachillerato, otorgándole, para ello, 4 años de duración tras la Primaria, dotándola de medios y dignificando sus objetivos mediante el mérito y la excelencia.
8.- Que el Pacto por la Educación no condene a los alumnos que fracasan a la precariedad laboral y que incluya con carácter de urgencia, para ello, un tercer itinerario de Iniciación Profesional a los 14 años -de 2 años de duración- que armonice la presencia de las asignaturas instrumentales con una atención especial a materias exclusivamente prácticas, procurando así una cualificación profesional temprana y una salida laboral digna y suficiente como para no impedir la promoción social a la que todo ciudadano tiene derecho.
9.- Que el Pacto por la Educación plantee un sistema de conexión de los diferentes itinerarios salidos de la Enseñanza Primaria con racionalidad y sentido común, mediante cursos puente o exámenes de ingreso que huyan de la excesiva condescendencia que existe hoy día.
10.- Que el Pacto por la Educación evite la impostura de los actuales procedimientos de evaluación del sistema de enseñanza y plantee la urgente necesidad de unas reválidas estatales y vinculantes al final de cada etapa que hagan de los resultados el único y principal indicador fiable de la realidad de alumnado y profesorado.
11.- Que el Pacto por la Educación dignifique la figura del docente modificando, para ello, la actual estructura de los centros de enseñanza, facilite su labor rebajando el número de alumnos por aula, restablezca su autoridad devolviendo al claustro de profesores las competencias disciplinarias y restituya su autonomía confiriéndole la competencia para elegir a los directores y otorgando a los diferentes departamentos didácticos la libertad real para elaborar los planes de estudios.
12.- Que el Pacto por la Educación dignifique la figura del docente confiando a su único criterio las cuestiones derivadas de la enseñanza, despojándole de atribuciones ajenas a su cometido, acabando de una vez por todas con el absurdo sistema de promoción horizontal, incentivando su carrera mediante la búsqueda del estímulo académico y laboral, que, en todo caso, nada tiene que ver con los cursillos que actualmente organizan sindicatos y centros de profesores y recursos, dignificando el menoscabado Cuerpo de Catedráticos de Bachillerato y concibiendo un sistema de acceso a la función pública docente diferenciado para cada etapa educativa y basado exclusivamente en la excelencia.
13.- Que el Pacto por la Educación proponga por fin respuestas serias y contundentes a losgraves problemas que sufre la Universidad española, que recorte el número de universidades a fin de evitar la actual infradotación y la mediocridad a las que están expuestas, que reconduzca la vigente política de títulos a patrones de sensatez científica y económica, que racionalice los planes de estudios, que modifique los actuales modelos de gestión administrativa y emprenda una desburocratización en masa, que solucione los antimeritocráticos estándares de selección y de evaluación del profesorado, que reconsidere y adapte a la realidad de nuestro país los dudosos procesos que se han seguido para adoptar los nuevos requisitos de Bolonia, y que potencie programas de investigación con dotación suficiente evitando por ley la influencia política que hoy día impide o pone en entredicho, no sólo la eficiencia y la utilidad de éstos, sino el libre debate de ideas y, sobre todo, el concurso de toda disidencia crítica.

lunes, 22 de febrero de 2010

RELATIVISMO Y MERCADO

No deja de ser una hilarante ironía que el igualitarismo/relativismo, orgullo de la armada progresista, sea la caja de pandora de cualquier programa izquierdista serio. Pues, en realidad, el relativismo presta impagable servicio a la maquinaria del consumo desaforado. Si algo necesitaban los grandes mercaderes de este mundo es que el relativismo penetrara en las conciencias de la ciudadanía. El más caro trofeo para la posmodernidad es la conquista de la “libertad” política a través del igualitarismo (“Nadie hay por encima de mí”) y el relativismo (“mi opinión vale tanto como la de cualquiera”). En apariencia, el hombre posmoderno queda redimido de sujeciones espurias o subyugantes, libre de autoridades absolutistas. La posmodernidad es el gran momento de la subjetividad excarcelada. Es decir, de que cada cual organice su vida a su manera, ajeno a preceptos, normas y reglas mayoritarios, comunes o racionales. Han desaparecido, en efecto, las etiquetas, los protocolos, las prédicas ecuménicas sobre el bien y el mal, el gusto universal sobre lo bello y lo feo… Dicho de otra manera: se ha desvanecido el sentido común. ¿Merecen los excrementos de elefante mostrarse en las salas de arte? Hace unas décadas –pero ya bastantes- se hubiera dado una respuesta común: “No, qué ocurrencia, no lo merecen”. Hoy, como vemos, no está claro: unos dirán que sí y otros que no. ¿Está bien o mal mutilar el clítoris de una niña? Otrora, esta pregunta, hubiese recibido una respuesta unánime, común: eso está mal. Hoy, el relativismo imperante ha abierto el abanico de respuestas: “depende, quizá, para los de aquellas sociedades africanas sí…”

Y he aquí, en esta inopinada variedad de opiniones, en esta desaforada y demencial liberación de las subjetividades cautivas por el sentido común de la destronada modernidad, he aquí, digo, donde el mercado encuentra ocasión para diversificar sus productos hasta límites inimaginables. ¿Quién se iba a imaginar antes de semejante liberación que los excrementos pudieran llegar a ser objetos de arte sometidos a pública subasta? ¿Quién hubiera imaginado en los viejos tiempos del sentido común que llegaría el día en que los fabricantes de pantalones fabricaran, de ex profeso, pantalones raídos y rotos por cualquier parte? La desaparición del sentido común favorece la penetración y diversificación del mercado: ahora, cada persona/cliente merecerá una atención personalizada del vendedor, cada producto podrá ser “tuneado” a gusto del consumidor, la oferta de servicios será una combinación hecha y pensada a medida del comprador.

El relativismo, al fin, es el mejor aliado del mercado y el consumismo desaforado; y por más que las huestes de la progresía lo presenten en sociedad como el pináculo de las liberadoras conquistas políticas y sociales de la izquierda (piji-progre), lo cierto es que, a la postre, ese relativismo no es otra cosa que el más rendido fámulo del mercado.

El totalitarismo asoma el hocico tras la esquina. El triunfo de la subjetividad frente al sentido común aboca a un conflicto de anomia cuyo remate es el despotismo de los más fuertes, en el sentido más primitivo y brutal de la expresión.

domingo, 27 de diciembre de 2009

IGUALITARISMO E INDIVIDUALISMO POSMODERNOS.

La posmodernidad rechaza de entrada la posibilidad de dialogar con el otro para convencerlo de algo, como si bajo dicho diálogo se escondiera la innoble intención de someter al otro a nuestros criterios o deseos. Creo que nada malo hay en intentar convencer al otro si también uno está dispuesto a dejarse convencer. ¿Convencer con qué? Con argumentos, con la lógica, con las pruebas: con la razón.

Creo que el cambio educativo empieza por aquí: por las ganas de hablar y de escuchar, comúnmente truncadas por el principio posmoderno de que todas las opiniones valen lo mismo. Seguramente, el declive de la autoridad (en educación y otros muchos ámbitos sociales e institucionales) hace palanca en este fulcro: todas las opiniones valen lo mismo.
Es decir, las del hijo igual que las del padre; las del paciente igual que las del médico; las del neurótico igual que las del psicólogo; las del alumno igual que las del maestro…

La cuestión no es baladí, creo yo. ¿Los orígenes de esta creencia? Resumiendo mucho: los orígenes son el miedo a la autoridad desmedida y despótica.
Por mi parte, intentaré añadir algo más. Lo siguiente: el caldo de cultivo de la ideología posmoderna más cercano en el tiempo fue, quizá, el del mayo del sesenta y ocho y lo que vino después. A mí me pilló toda aquella movida siendo niño y adolescente, y lo suficientemente inmaduro para absorber e interiorizar, como tantos otros, su impronta ideológica. Yo creo que el propósito de aquella revolución, truncada por la misma naturaleza humana, fue algo noble y necesario: unir más a las personas, desacreditar las jerarquías, igualar a las gentes en el trato sin importar procedencia, clase social, profesión, etc. Algo muy loable, pienso yo.

Pero había un riesgo implícito que, pasado el tiempo, ha devenido explícito y lancinante, a saber: que el esponjoso igualitarismo degenerara en corrosivo individualismo. Y eso es precisamente lo que ha pasado y lo que está pasando. En el guión original de los revolucionarios del mayo del sesenta y ocho estaban escritos los conceptos de fraternidad, el trato cordial de unos con otros, la paz, la libertad. Fenomenal. ¿Quién no suscribiría tan nobles propósitos?

Pero la cosa se torció. Esas ideas, las de los años sesenta y setenta, tenían inoculado un virus letal. Pues si todos somos iguales, si todas las opiniones valen lo mismo, si ya no hay autoridades que acatar ni preceptos que observar, ¿por qué razón he de prestar yo oídos al otro, a mi interlocutor? ¿Acaso lo que él me diga valdrá más o tendrá más fundamento que lo que yo diga? ¿Realmente, es mi obligación ética escuchar al otro? Si está prohibido prohibir, si todo signo de autoridad está en entredicho, ¿cómo conceder más valor a lo que dice mi interlocutor que a lo que diga yo, mi vecino o este niño de ocho años? Nada puede extrañarnos, entre muchas otras torsiones del sentido común, el intrusismo profesional de hoy o que, en las conversaciones cotidianas, todo el mundo sepa de todo, sin parar en mientes sobre lo que se dice de política, arte, ética, física o psicología. Al parecer, casi cualquiera de mis amigos o conocidos sabe tanto como yo de psicología, aunque yo sea psicólogo y ellos no. Sí, el arte es una metáfora de lo que está pasando. Igual que todo vale en arte, todo vale en el mundo de las ideas. Tanto da una opinión hecha a vuelapluma que una teoría filosófica o científica. Nada tiene más autoridad que nada.
Yo, que siempre he sido aficionado a las paradojas, tengo a ésta por la joya de la corona. Qué cosa tan curiosa que partiendo de tan buenos propósitos (igualdad, eliminación de las jerarquías, fraternidad… hayamos arribado a esta situación. Qué curioso que del igualitarismo original hayamos llegado a este individualismo que nos señorea y que, nacido de la misma sementera del espíritu democrático, casi nos impide dialogar; es decir: hablar y escuchar para entendernos mejor, no simplemente para marcar nuestro territorio, que es lo que solemos hacer. De suerte que, efectivamente, hemos conseguido aniquilar los signos ostentosos de autoridad, hemos conseguido repudiar la imagen astrosa de los grandes tiranos políticos, militares o religiosos, pero, a cambio, nos ha quedado un rosario interminable de conflictos cotidianos de todos contra todos. Ya no hay un gran tirano, un gran Gallo de corral sino que todos nos tiranizamos unos a otros, gallitos todos, fieles baluartes de la máxima de que nada es mejor que nada, ninguna idea mejor que otra, ninguna teoría más digna de atención que otra. Nadie se digna ceder ante el otro. Quizá por ello asistimos a la gresca continua entre matrimonios, entre vecinos, entre padres e hijos, entre generaciones, entre profesionales y aficionados, entre alumnos y maestros, etc. Es una guerra de todos contra todos. Es la guerra de la vanidad desaforada.

lunes, 7 de diciembre de 2009

DECADENCIA.

Señor Anónimo, ahora puedo responderle, aunque no con la suficiente extensión que desearía. Ando muy mal de tiempo. He colocado la contestación en esta entrada porque es tan larga que, de esta manera no la tengo que dividir. Disculpe el retraso.

Usted dice que no cree que el hedonismo sea un problema de las sociedades actuales. Hedonismo, diccionario en mano, es: “Doctrina que proclama el placer como fin supremo de la vida.” Pues bien, es posible que el placer no sea el bien supremo para muchos de nuestros conciudadanos, pero si uno de los bienes más estimados. Repare usted en una cosa: Es innegable que nuestras sociedades son extraordinariamente consumistas. ¿No cree usted que el híper-consumismo está basado en el hedonismo, en la exacerbación de los placeres sensuales? ¿Somos frugales, contenidos, austeros? Si usted analiza los señuelos publicitarios, verá con claridad que normalmente hacen referencia continua a cosas como el lujo, la “exclusividad”, el gozo inmediato, las emociones lúdicas, la tentación, etc. Es lógico: cada comerciante necesita excitar y engatusar a su potencial clientela más y mejor que el resto de comerciantes. El mercado no necesita a personas sesudas, reflexivas y controladas, sino a bulímicos abúlicos siempre dispuestos a desenfundar la billetera. O repare en la prostitución. Una de las industrias más prósperas de Occidente es la pornografía y el sexo. Hay más de 93 millones de páginas web sobre sexo. Y la apología del sexo pornográfico es explícita en cualquier medio de comunicación “normal”. Nada tiene de insólito que hoy reciban apretados aplausos los llamados “porno-star”, estrellas del porno, como Lucía Lapiedra o Nacho Vidal. No importa que apenas sepan hablar con mediana corrección, no importa su indigencia mental: son reverenciados y admirados como si lo de copular fuera esforzada hazaña digna de pleitesía, y se les conoce más que a cualquier científico o cirujano de talento.

O el consumo masivo y generalizado de drogas legales o ilegales. España es el país de la Unión Europea con mayor proporción de consumidores de cocaína, con cifras de consumo parecidas a las de Estados Unidos, y el porcentaje de jóvenes entre 14 y 18 años que han consumido cannabis en los últimos 12 meses se ha duplicado en los últimos diez años.

Y a tanto alcanza el hedonismo que, fíjese, los líderes políticos de los países más desarrollados ya implementan medidas para reducir el consumo energético, pues, de lo contrario, la vida del planeta correrá un serio peligro. El ecologismo pretende ser el muro de contención del consumismo (hedonismo), pero no lo consigue, al menos de momento.

Yo creo –y ojalá esté equivocado - que una gran parte de la población española está muy cómodamente instalada en la frivolidad, la mediocridad y la chabacanería. Las pruebas son claras: pan y circo continuo: Belén Esteban y fútbol a raudales, series nocivas de televisión, “grandes hermanos”, telediarios fraudulentos, cotilleos sin tregua, violencia a raudales, sensacionalismo arrabalero… ¡Casi todo es telebasura! 20 ó 30 canales dedicadas a la evasión fácil, con honrosas excepciones. Ninguna canal dedicada a la filosofía, el gran arte, la literatura… Sólo alguno a la ciencia. Y yo estoy convencido de una cosa: los medios ofrecen lo que se les demanda. Y los niveles de lectura –usted lo sabe- por los suelos.

¿Tiene relación toda esa telebasura (y prensa basura) con el hedonismo? Claramente, porque el espectador busca el entretenimiento fácil, aquél que no le suponga ningún esfuerzo de meninges, porque todo esfuerzo es, de entrada, enemigo del placer. Y en la medida en que nos acostumbramos a rechazar el esfuerzo, el tesón y la concentración, le estamos franqueando el paso a la irresponsabilidad y la negligencia generalizadas. Querer ser responsable, responder de mis actos implica el esfuerzo de vigilar y controlar mis actos; algo que está reñido con el programa de relajación y vida exenta que me quiero aplicar. El hedonismo atenta contra la ética y contra la cultura. Ambas están en peligro, amenazadas. Lo que afirmo, señor Anónimo, es que nuestra época es decadente, que estamos en decadencia.

Quizá usted proteste. Quizá usted alegue que no es justo fijarse sólo en lo malo, y que si nos comparamos con otras sociedades y épocas el balance será positivo: hay más libertad, más respeto a los derechos humanos, más alfabetización (escolarización), más y mejores medicamentos, somos más longevos, vivimos en democracia, disfrutamos de mil inventos y adelantos tecnológicos, no nos falta sustento… La lista de maravillas modernas es casi interminable. Pero mire usted, el problema que yo intento describir y diagnosticar son dos cosas:
1. Vivimos de rentas.
2. Estamos dilapidando y despreciando la herencia recibida de pasadas décadas y siglos.

Hay épocas en ascenso y épocas en descenso, épocas enjundiosas, luminosas y creativas y épocas decadentes, oscuras y monótonas. Mi opinión es que estamos más cerca de éstas que de aquéllas. Un rico heredero que se dedique a dilapidar el patrimonio recibido, quizá tendrá mucha más riqueza en cualquier momento de su vida que un modesto empresario que luche contra viento y marea para levantar su negocio. Sin embargo, la actitud de éste es mucho más admirable y prometedora que la del heredero rico. Cuando nos comparamos con otras épocas, corremos el riesgo de ver sólo la parte más superficial del asunto, sin pararnos a pensar en lo que hay detrás de todo ello. Nuestra forma de vida y de entender la vida no es prometedora, sino empobrecedora; no es edificante, sino destructiva; no es realista, sino delirante.

No existe algo como “nuestra época”, entendida como un periodo de tiempo que pueda considerarse ajeno a las épocas precedentes. Hoy disfrutamos de grandes adelantos tecnológicos, pero las raíces de esos adelantos se remontan a siglos y decenios pasados. Sin duda, los siglos XVll y XVlll fueron mucho más creativos en el terreno científico que el actual. Y, probablemente, el pasado siglo XX también lo fue más que el corriente. Y ya hay quien ha dado la voz de alarma con buenos argumentos y cifras y datos alarmantes. El libro de Carlos Elías, “La Razón Estrangulada”, plasma la preocupante situación científica del futuro. Cada vez hay menos chicos que quieran matricularse en carreras de ciencias puras. La caída en vocaciones científicas es ciertamente alarmante. Vamos a seguir viendo y disfrutando de inventos y maravillas, señor Anónimo. De eso podemos estar seguros. La cuestión está en la tendencia. ¿Ascendemos o descendemos? Descendemos. Y el declive no sólo afecta a España. Parece ser que a todo Occidente. Pero nosotros en particular partimos de una posición peor.

Si hablamos de filosofía, la cosa no pinta mucho mejor. Más bien al contrario. Muy poca gente entiende la importancia de cultivar un pensamiento crítico y riguroso. La filosofía es vista, en general, como una posma insufrible, como un pasatiempo inútil e improductivo, sin aplicación práctica. Craso error. El ninguneo a que está sometida la filosofía se refleja claramente en las políticas educativas y planes de estudio, cada vez menos interesados en conocer el pensamiento de los genios que nos precedieron y en enseñar a pensar autónomamente. No puedo extenderme más en este punto. Pero créame, la importancia de la filosofía como origen y sustento de nuestros derechos humanos y civiles es capital. ¿Quiero esto decir que no tenemos científicos o filósofos enormes? No, quiere decir, de nuevo, que tendemos a la descerebración, ni más ni menos.

La educación que reciben nuestros chicos es lamentable. Tanto en los hogares como en las escuelas e institutos. Sencillamente lamentable. La cantidad de jóvenes medio analfabetos que hoy tenemos en esta querida España nuestra es como para salir corriendo. Jóvenes a quienes sus padres no han enseñado el significado de la palabra “no”. Jóvenes ignorantes hasta la médula, que apenas entienden lo que leen. No lo digo yo. Lo dice el Informe Pisa, por ejemplo. Y todos sabemos que no hacía falta tal informe. Estamos a la cola en materia de educación. Creo muy recomendable la lectura de “Panfleto Antipedagógico”, de Ricardo Moreno Castillo. Lo suscribo plenamente. El autor no es ningún lego en la materia: Ricardo Moreno Castillo, ejerce en el instituto Gregorio Marañón de Madrid y también es profesor asociado en la Facultad de Matemáticas de la Universidad Complutense. Tiene más de 30 años de experiencia en la enseñanza.

Pese a todo, usted es libre de creer que vivimos en la mejor época de la historia. Y usted puede, sin duda, enumerar una cantidad ingente de barbaridades e irracionalidades de otras sociedades o tiempos. Y ahí está el punto. Yo no estoy aquí para negar las grandes conquistas de nuestro tiempo, sino, precisamente, para advertir que las podemos perder, que estamos en riesgo de perderlas. Marina lo expresa muy bien en sus libros: “vivimos en precario”. Lo que nos quiere decir es lo mismo que yo intento decir: los derechos civiles y humanos que, lógicamente, tanto valoramos, no son cosas que vayan a quedarse con nosotros a perpetuidad como por arte de magia. Los derechos nos protegerán de la arbitrariedad y la sinrazón en la medida en que nosotros luchemos por mantenerlos vivos, en vilo. Y para ello necesitamos cultivar primorosamente el intelecto, el talento y la creatividad. De nuestra razón nace la justicia y la medicina, el arte, la ciencia: la civilización. Todo lo bueno que nos rodea nace de ahí. Y la razón está –insisto- amenazada: Cunde el pensamiento débil, y la veleidad nos acechan por todos lados. No nos lo podemos permitir.

¿Qué debemos hacer? Bien, si es que estoy en lo cierto en alguna medida, lo que debemos hacer es dejar de atentar contra la razón. Necesitamos recuperar la excelencia, fomentar el talento y la inteligencia, incentivar a los que más saben (no amordazarlos o ningunearlos). Es decir, precisamos combatir el igualitarismo inspirado en la dichosa corrección política y desterrarlo, principal y urgentemente, de nuestro sistema educativo. Pero debemos empezar ya, antes de que sea demasiado tarde.

No puedo ahora extenderme más, señor Anónimo. Quizá usted piense que exagero o distorsiono las cosas. Puede ser. Estoy abierto al diálogo y dispuesto a escuchar cualquier razonamiento o crítica. En última instancia, si yo estoy en un error, no me haga usted caso.

Reciba un saludo.

martes, 6 de octubre de 2009

POSMODERNIDAD O "FOBO-SOFÍA".

Hay que reconocer que toda cosmovisión es, en cierto modo, una “cosmoceguera”, o casi. Una manera de “no ver” la realidad, de ocultar las partes que no nos interesan de ella, o que nos asustan. Nuestra época, por su condición de hedonista, es contraria a la sabiduría. Nada tan impopular hoy como el sabio, pues éste quiere vivir morigerado y dueño de sus pasiones. Sabe que el deseo, cuando es excesivo o impropio, destrona la voluntad y la consciencia. Su más elevado propósito es mantenerse sereno, íntegro y lúcido ante los avatares de la vida y el mundanal ruido. Sólo así puede conservar el orden interno, un pensamiento penetrante y preclaro. Nada más caro al sabio que la lucidez y la templanza. Quizá por eso los santos nos parecen sabios (“tiene más razón que un santo”) y los sabios, santones. El sabio busca comprender la naturaleza. Comprender es asimilar el objeto, hacerlo propio y anejo, incluso entrañable. Nada turba tanto el ánimo como aquello que, por arbitrario o beocio, no se puede comprender ni predecir: todo lo que sale de la locura, la injusticia, la necedad, la tontería… Los filósofos (los verdaderos, y no sólo los místicos y los orientales) buscan la unidad subyacente a la aparente pluralidad de los seres del universo, el principio rector que explique la naturaleza de las cosas. En la comprensión intelectual, el mundo se “humaniza”, se vuelve accesible y manejable. El mundo forma parte de mí cuando lo comprendo. Si no es así, me parecerá hostil y extraño.

Hoy, tras largos decenios de sensualismo y escepticismo desaforados, la imagen del sabio horroriza y espanta. Tenemos, por el contrario, su más rabiosa antítesis. Nos acosa la zozobra y nos invade el vacío y la inquietud anejos a las pasiones fugaces y frívolas. Acumulamos experiencias sensitivas para distraer la sensación de vértigo en una vida sin asideros. La desintegración y la compulsión nos caracterizan. Los psicólogos y psiquiatras nos advierten que el presente será el siglo de las depresiones. Lipovetsky nos dice que vivimos en la era del vacío y la angustia. Las adicciones y las conductas compulsivas están arraigadas en gran parte de la población. Los adultos quieren habitar un mundo sin barreras, pueril y adánico, volar sin resistencias, entregarse a una ensoñación continua y vivir en las tentadoras regiones de la infancia y la irresponsabilidad. Evadirse es la consigna.

De nada podemos estar seguros, nos dicen los herederos de la duda y el escepticismo radicales. Hoy, el intelectual con pedigrí (que no el sabio), es el que afirma que de nada podemos estar seguros, que todo es conjetural y provisional. No sabemos –insiste- si siempre el fuego nos quemará, si la anestesia nos insensibilizará, si el cianuro nos matará… Todo es cambiante ilusión, mudable, plural y efímero. Hay, por tanto, un regodeo en la duda sistemática, un alardear de no saber nada, de morar en el seno de la incertidumbre continua. Es el odio y el miedo a saber, a comprender: la “fobosofía”. El sabio se nos presenta como aquel que trae verdades imperecederas, valores absolutos y tono apodíctico; es decir, como una autoridad moral e intelectual a quien obedecer. Justo lo contrario de lo que demanda e impone el credo relativista. El mundo, pontifica el fobósofo, es extraño a la razón, como así lo demuestra la indeterminación atómica. Así, sujeto y objeto quedan definitivamente separados, condenados a extrañarse por siempre jamás. ¿Y cómo amar lo extraño? ¿Cómo amar lo que nos parece arbitrario y refractario a toda asimilación? El relativismo y el escepticismo pregonan un mundo indócil al entendimiento: inaccesible al amor.

¿Pero es éste un mundo extraño sólo en cuestiones de física nuclear? No, el principio de incertidumbre está presente en nuestra vida social, tanto o más que nunca. Los otros seres humanos son definitivamente extraños: difícilmente se les comprende. ¿Pero cómo es esto posible? Hoy, tras aniquilar todo signo de sabiduría, tras impugnar el mérito y la valía, el otro se me presenta como mi “igual”. Es decir: como alguien a quien, por ser como yo, puedo comprender. Al eliminar la genuflexión ante la autoridad, el otro ha quedado a mi altura, accesible, cercano, familiar… Por eso podemos ver en cualquier parte (y la televisión lo ha convertido en lucrativo espectáculo) cómo unos perfectos desconocidos intiman al poco de conocerse; cómo todos se tutean y se tratan con confianza y desparpajo. Sí, es cierto. Pero toda esa familiaridad se torna decepción con suma facilidad, pues ése que se nos mostraba como accesible y espontáneo amigo, pronto mudará de afectos y talante. Parecerá, entonces, atrabiliario e incomprensible a nuestros juicio. ¿Por qué sucede esto? Porque en una sociedad en que reina la anomia, cada cual se gobierna según sus propias normas, sin apenas observar aquellas otras que confieren solidez y estabilidad a las relaciones sociales e interpersonales. Es lo propio en un mundo sin ataduras ni compromisos, donde la palabra (de honor) carece de valor y significado. Mis compañeros de viaje han pasado de ser algo entrañable a primera vista a ser muy pronto algo extraño, ajeno a mí, ajeno a mis expectativas. Apenas hay promesas que no se rompan ni ofrecimientos que no se revoquen. Hablar es gratis y fácil. Menudean las mentiras y las falsas fidelidades. La amistad se trunca antes de echar a andar.

Los fobósofos, los hijos del escepticismo, predican la ininteligibilidad del mundo; es decir, el desafecto y la indiferencia. Y han tomado el poder. Son los políticos progres, fobósofos hasta la tonsura. Odian la realidad, hasta el punto de negarla. Viven de la mentira, condenados a urdir falsedades para mantener en vilo su vasto imperio de falsedades.La defunción del sabio nos ha arrojado a un mundo de apariencias y gestos fatuos donde cualquier tontería encuentra trono y aplauso, donde la angustia ante el vacío interior se combate con entretenimientos sensuales y fútiles, donde se quiere reducir la realidad a un perpetuo juego de máscaras en que nada es lo que parece porque, según ellos, nada “es”. Soberbia máquina de entelequias, el fobósofo (el progre, el escéptico, el relativista…) vive de vender la nada a precio de oro y extender la oscuridad. Al contrario que el filósofo, que ama la claridad y la verdad, su contrario y enemigo, el fobósofo, sienta cátedra con el cuento de que vivimos en tinieblas. Es la fobosofía: oficio de cobardes e invertidos intelectuales.

lunes, 28 de septiembre de 2009

EL LEGADO DE LA PERVERSIÓN.

El relativismo, en efecto, es un engendro del desencanto ante el mundo. La duda iconoclasta, matrona del nihilismo, genera la sensación de estar desvinculado de ataduras y deberes morales. Por eso, al tiempo que crece el deseo de libertad sin barreras, medra la apología de la perversión. Pretender que se vive en un mundo sucio y despreciable es la coartada del licencioso, la excusa del libertino y la disculpa del anodino.

Pervertir y malear, arrancar a las cosas su bondad e inocencia prístinas parece ser el sino de nuestro tiempo. No hay reducto que escape al abrazo trapero de la perversión. Véase, por ejemplo, cómo el relativismo ha robado la infancia a los niños, estimulados a crecer a empujones, forzados los goznes de su ingenuidad.

Nada se oculta a la vista en los audiovisuales. Lo íntimo de cada cual ya no se guarda en las celosías del fuero interno, sino que se arroja a la jauría de la venalidad, la procacidad y la rapiña colectivas. En los puros cueros el alma, sin ropajes que la cubran, es ya mercancía barata que salta de boca en boca. Es la hora del cinismo: la vileza sin mordaza. Atrás quedaron la decencia de la elipsis y la dignidad del silencio. En su puesto, la habladuría y la difamación, los consejeros áulicos de la envidia. Sin embargo, en un mundo decente, lo íntimo, como todo lo realmente valioso, ni se vende ni tiene precio, pues es inestimable.

No le va mejor al idioma, crisol en que se depuró y afinó el pensamiento de quienes nos precedieron. Respiramos un aire empedrado de tropiezos acústicos: menudean onomatopeyas, tacos y palabrotas, como para dar bríos, sin conseguirlo, a una parla insulsa, hueca y sin sustancia. El idioma castellano, ese tesoro secular de la inteligencia, se aplebeya y abarata bajo el vasto reinado de los vanílocuos y malhablados.

Malos tiempos –lo hemos dicho ya- para el arte, hoy nido de agiotistas y embrolladores. Otra víctima más de ese relativismo que, como las hordas de Atila, amojama y esteriliza todo a su paso. Largo es el aliento de la nada. En los museos, en las galerías de arte, en las paredes de cada casa, en los recibidores del dentista, en las macrotiendas… por doquier puede verse el pesado y cansino toque de la nada: absurdeces portátiles que los ociosos llaman arte.

No hay mirada inteligente que sea descreída e ingrata. Todos los sabios aman el mundo, por eso saben de él. El talento es hijo del asombro, el que por igual sienten poetas y científicos, pues bajo la aparente diversidad del orbe moran las musas del orden, la proporción y la armonía. No importa si se cree o no en un Dios personal. No es eso lo importante. Lo importante es reconocernos pobladores de algo grande y sublime, merecedor de nuestro respeto. Lo importante es desear ser dignos de esa grandeza. Aristóteles, Leonardo, Poincare, Einstein,… es indiferente al caso que hablemos de genios del arte, la filosofía o la ciencia. Todos rindieron pleitesía a la belleza del mundo. Todos sintieron un temblor reverencial ante tanta majestad.
Llevamos largas décadas de “deconstrucción” relativista, de anonadar valores y jerarquías, de igualar todo por abajo. Décadas dedicadas a envilecer el legado intelectual de nuestros ascendientes, en una lucha ciega y sin cuartel contra la tradición y el clasicismo.

Por fortuna, no todo ha sucumbido al avance de las catervas. Y también sabemos que el envilecimiento no es gratis. Saberse sucio, miserable, venal y prosaico es la penitencia aneja al pecado de serlo. La impostura se ha de tapar con más impostura; la nada, con farfolla; lo macilento, con destellos de relumbrón… Son los oropeles del autoengaño, la infatuación con que se querrá disimular el vacío de la propia existencia. Nada es más caro que la gratuidad ni nada más pesado e insufrible que la liviandad de espíritu.

lunes, 21 de septiembre de 2009

IMPOSTURAS RELATIVISTAS Y ESTERILIZACIÓN DEL MUNDO.

Pero otro efecto manifiesto de quienes se llaman relativistas o escépticos es la impostura. Quiero decir que en modo alguno son coherentes con cómo se denominan. Postulan una metafísica por completo inútil. Se declaran relativistas, pero se conducen como absolutistas, como cualquier hijo de vecino ajeno a la instrucción y mal avenido con la razón: sus gustos (no ya sus razones, que no aducen) deben prevalecer, so pena de conflicto social. Dicen, en su calidad de escépticos, no estar seguros de que nada exista, pero todos se guían como personas realistas, respetuosas de las leyes físicas en que todos creemos (ninguno de ellos se arroja por la ventana para demostrar la inexistencia de la gravedad, ni ninguno mete la mano en el agua que hierve). Afirman abominar del concepto metafísico de "lo en sí", pero su cosmogonía implica lo absoluto, lo incondicional. Es decir, todo su credo es pura contorsión nominal y contradicción; una enrevesada metafísica de lo inútil, cuya lectura inspira en uno el dicho de que "para este viaje no necesitábamos estas alforjas".

Sin embargo, y esto es lo peor, su imperio de farfolla (“cosa de mucha apariencia y poca entidad”), tan propio de quien, en el fondo se sabe inútil, no deja el mundo como está, sino que lo esteriliza y descasta. En efecto, tras su paso, la educación de los niños se convierte en un baile de salón por completo inútil; el arte se abisma en la nada por falta de asideros (se niega la belleza, la elegancia, lo maravilloso…); la economía se yergue como un juego de quimeras, como un castillo de naipes; la ética fenece al despojarse la moral de la razón, etc. El mundo necesita el asidero de la universal razón, o sufrirá la fragmentación aneja al arrebato personal: la idiotez.

domingo, 20 de septiembre de 2009

LOS DOGMAS DEL RELATIVISMO.

Ando lejos de pretender justificar los abusos y barbaridades que se han cometido, o se comenten, en nombre de diferentes divinidades. Pero, por desgracia, muchos de quienes hoy denuncian con rabia y odio la irracionalidad de las religiones, incurren en mostrencas torsiones de la razón y fanatismos varios. El relativismo epistémico y moral es ubérrimo manantial de irracionalidades sin cuento. Si el lector desea ilustrarse sobre ello, le recomiendo la lectura de “Imposturas Intelectuales”, de Sokal y Bricmont, trabajo éste que, por maniobra insuperable de la insomne ironía, es el libro de cabecera de los relativistas autóctonos. Es decir, que éstos ignoran que las justas críticas de Sokal y Bricmont van dirigidas, precisamente, a ellos.

De las necedades y absurdos de la ideología posmoderna, nutrida con las ubres del relativismo, el positivismo y el escepticismo cartesiano, podrían escribirse incontables y robustos infolios. Bastantes de ellos para describir, por ejemplo, los disparates de reverenciadas líderes del feminismo de género. Verbigracia, las de Lucien Irigaray, quien nos dice que la ciencia es machista, basando esta acusación en que los aparatos de observación están construidos con forma de falo: telescopios, microscopios, etc. Quizá a ella se le ocurra la manera de atisbar estrellas con anteojos en forma de vagina. Y supongo que las escobas también, por su oblonga forma, pueden considerarse instrumentos fálicos del poder patriarcal. De estos nidos de primorosas sandeces han medrado polluelas como Bibiana Aído y las consabidas leyes hembristas que tantas injusticias y sufrimiento están provocando en gran parte de la sociedad (mujeres y niños incluidos).

De las locuras en materia de educación no hablaré aquí, pues mucho he hablado ya (y hablaré en otro momento). Ni de las que asolan el mundillo del arte y la moda, ni de los desvaríos nacionalistas ni, en fin, de tantos y tantos engendros ideológicos que nada tienen que ver con la religión. Sin embargo, la progresía atea no se preocupa de las injusticias políticas que más aflicciones causan, pues ella misma las produce en cantidades industriales, sino que su casi único desvelo consiste, como señalaba aquí un inteligente Anónimo, en denunciar los dogmas católicos, cuyo influjo real es, en nuestro país, prácticamente nulo.

Muchos de estos ateos furibundos jamás llevarían a sus hijos a una escuela en que se impartiera tesis creacionistas; sin embargo, aplauden las escuelas en las que el subjetivismo radical auspicia recios dogmas. Veamos algunos de estos dogmas:

- No se puede aseverar con absoluta seguridad que 2+2 son 4.
- En el universo puede haber seres que utilicen diferentes lógicas, de tal manera que 2 y 2 no sean 4.
- No hay cosas auto-evidentes, axiomas, como que A=A. Sepa, pues, el lector lo siguiente: usted no es igual a usted.
- No se puede estar absolutamente seguro de nada. Alguno de los más conspicuos apóstoles del relativismo afirma, por ejemplo, no estar seguro de si tiene 2 ó más brazos.
- Quienes mutilan el clítoris de las niñas no están equivocados, pues cada cual tiene su moral, ni mejor ni peor que la nuestra (la occidental).
- La moral no es más que adhesión acrítica a los valores trasmitidos por el entorno cultural y los instintos. Es decir, que no hay razones para oponerse al crimen, sino sólo gustos morales y culturales. En otras palabras, el relativismo enseña a los niños a conducirse en la vida sin dar razones de los actos propios: bastará con alegar gustos personales.
- La ciencia no es más que un cúmulo de convenciones, es decir, arbitrariedades susceptibles de ser sustituidas por otras arbitrariedades. O sea, que no es que, por ejemplo, la Tierra gire inequívocamente alrededor del Sol, sino que los científicos han acordado entre ellos que la Tierra gira alrededor del Sol.
- El relativista sostiene que es posible que no exista nadie más que él, siendo el mundo una ilusión creada por un geniecillo o dios cartesiano (solipsismo: la religión del “ateo” posmoderno).
- El relativista, epígono de Hume, sostiene que nunca estaremos completamente seguros de que pasar una apisonadora por encima de un caracol causará la muerte del caracol. Es decir, niega que en el mundo haya causas y efectos: niega la ciencia.

Esto es lo que da de sí la “razón” nihilista de la posmodernidad. No se agota aquí el listado de locuras relativistas, cuya trascendencia pública es aquí, y en estos momentos, mucho mayor que la que pueda tener cualesquiera otras creencias. Sin embargo, los desvaríos dogmáticos de la corrección política gozan de total impunidad. Al menos de momento.

viernes, 18 de septiembre de 2009

TRÁFICO DE NADERÍAS POSMODERNAS.

Este artículo formará parte de una serie dedicada a radiografiar cómo el relativismo de la progresía igualitarista arrebata la sustancia de todo lo que toca. Es mi intención mostrar la manera en que el relativismo que nos señorea tiende a convertir en nada el arte, la moral, la educación, la filosofía, la economía, la literatura, el idioma, etc. Aquí, para empezar, hablaré de la defunción del arte.


La nada lo invade todo. No crea usted que es un mero juego de palabras o una ocurrencia. No, es la verdad. Sólo hay que posar la mirada sobre cualquier aspecto de la realidad circundante para comprobarlo. El relativismo de la posmodernidad es la chistera en cuyo interior las cosas con sustancia se transmutan en nada. Es la batidora eléctrica que reduce a papilla subjetiva cualquier pieza sólida construida por la razón secular. Pondremos algunos ejemplos para aclarar estas palabras. Piense el lector en ejemplos de arte plástico. El abanico de posibilidades es enorme. Quizá tenga en mente a Leonardo da Vinci, Velázquez, Picasso… O quizá se le venga a las meninges la última exposición de arte moderno a que asistió, donde, a precio de oro blanco, se exhibían piezas tan esotéricas como un grifo ordinario de agua corriente, una magnífica plancha de hierro atravesada por cuchillos ensangrentados, un mamotreto informe de hormigón colgando del techo y demás lindezas por el estilo. Hasta es posible que el portero sea, en realidad, una pieza de arte más, allí posado por convenio venal con el artista.

Porque, en definitiva, ¿qué es arte? Otrora era lo que conseguía deleitar los sentidos por su factura extraordinaria. Hoy, ciertamente, también las facturas son extraordinarias, pero no conmueven tanto los sentidos del espectador como las carteras de los licitadores. Devánese usted los sesos y dígame, más bien, qué no es arte. Lo tendrá difícil, pues todo lo puede ser a condición de que se advierta a los demás de ello: “señores este bolígrafo corriente y moliente es una obra de arte, pues lo digo yo, que soy artista por inapelable decreto de mi voluntad.” Pero usted, amigo lector, protestará: “Hombre, pero si todo es arte o susceptible de adquirir dicha categoría, entonces nada es arte”. Bueno, ¿y qué quiere usted, señor mío? ¿Acaso desea usted reinstaurar un régimen clasista en que no todo el mundo pueda aspirar a llamarse artista? ¿Acaso pretende usted que vuelvan los tiempos en que las artes encandilaban por su belleza? No venga con la inquisición excluyente del mérito y la valía, por favor. No fastidie. No quiera abolir las hiperdemocráticas leyes del “todo vale” posmoderno.

¿Pero cómo es posible que los pujadores de arte lleguen a pagar desorbitadas cantidades de dinero por quisicosas y bagatelas? Esto no es difícil de entender: el tráfico monetario, “especulativo”, respecto del arte moderno es la única manera de prestigiar lo que, de por sí, carece de mérito. Se trata de fingir que tiene valor lo que carece de él. Pagar un millón de euros por un lienzo que un niño de párvulos podría pintar es como decir: “si pago tanto por esto es porque lo vale”. No es ya eso de: “pago mucho por este lienzo porque vale mucho” sino “vale mucho porque por él pago mucho”. La fórmula relativista permite elevar a regio trono el sueño igualitarista de la progresía ultracorrecta. Triunfo, por tanto, de las huestes del vacío: como todo es arte, nada es arte.

martes, 15 de septiembre de 2009

LA QUE SE NOS VIENE ENCIMA.

Corrección política, venero de atildadas necedades en materia de educación. Algunos padres –los más lúcidos- saben reconocer el disparate, aunque no atajarlo. Lo confiesan: “la educación que hoy les damos a nuestros hijos es una gilipollez tras otra”. Lo reconocen: “Todos los padres de hoy tenemos problemas con los críos. Lo pagaremos”.

Los jugueteros deben de estar encantados con esta inacabable ola de ñoñería: cientos o miles de juguetes repartidos por toda la casa, arrumbados por las esquinas de cada habitación, flamantes, como recién salidos de fábrica. Mala suerte, ésos no le gustan al mozalbete. Papá decide probar suerte con cuatro balones, tres coches teledirigidos y un muñeco que piropea al niño cuando se le aporrea. Está programado para ello, a imagen y semejanza de sus papis. Una mamá, revista “rosa” en mano, está en la sala de espera del médico con su niña de tres años, supuestamente enferma. La pequeña, vigorosa pese a su dolencia, le arrebata a la madre el pasatiempo: “No, no cariño, no le quites a mami la revista. Mira, mami llora…” Un mocoso de 4 años aporrea las plantas del huerto del abuelo con una pala de juguete. La madre manifiesta su arredramiento: “Uh, madre mía, con lo que está disfrutando, cualquiera le quita ahora la pala”. La tía, corajuda y expedita, intercede: “No cariño, no hagas eso, por favor, que las plantas lloran.” Llegan a la guardería la madre y la niña. Aquélla, madre coraje toda ella, le pide encarecidamente a la niñera que le quite el abrigo a la nena, que ella no puede.

Tibios signos de cambio se perciben. Enrique Mújica, el Defensor del Pueblo, manifiesta ante las cámaras la conveniencia de que los alumnos traten de usted a los maestros y profesores. El ministro de educación, A. Gabilondo, se atreve a decir que estamos equivocados en nuestro modelo educativo, que hemos creído, erróneamente, que la educación era dar todo nuestro cariño a los niños, sin exigirles esfuerzo ni inculcarles valores éticos. Arturo Canalda, el Defensor del Menor, llama la atención sobre la violencia de diversas series televisivas creadas para público juvenil. En su telediario, Iñaki Gabilondo habla con valentía de la barbarie de Pozuelo. Carga contra la lenidad con que se “castigará” a las bestezuelas menores de edad que participaron en el dantesco espectáculo. Y contra los padres de esos angelitos cuando, con marmórea jeta, protestan por el castigo que les impuso la juez: ¡que durante 3 meses se recojan antes de las 22 horas! Draconiano castigo. Se comprende la indignación de los susodichos.
Éstas y otras declaraciones se han hecho como respuesta a los nefandos disturbios perpetrados en Pozuelo por un nutrido grupo de botelleros. No serán los últimos. Los modales tiránicos de una legión innúmera de niños malcriados no quedarán recluidos a hogares y aulas. Antes o después, estos mercenarios de la diversión sin límites, tomaran las calles, campando por sus respetos. Hordas de insensatos esperan su turno para placear su triste condición a los cuatro vientos. A todos nos llegará su horrísono pregón.

¿Puede extrañar la violencia de nuestros jóvenes cuando, según algunas encuestas, la mitad de los padres cree que es tarea de los maestros y los profesores educar a sus hijos? Claro, si es que lo mejor es delegar estos engorros en los profesionales. Que el maestro eduque a mi niño, que el médico lo mantenga sano, que la universidad le dé un título, que el gobierno le busque trabajo… Los padres están, eso sí, para engendrar a los niños. Esto, curiosamente, no se delega en nadie, sino que cada cual arrostra las penalidades amatorias y copulativas como puede, con esforzado estoicismo.

Hace unos meses, cuando todavía yo escribía en el blog de José Antonio Marina, aduje sobradas razones sobre la necesidad recuperar la autoridad en las casas y las escuelas. Recibí críticas de los defensores del nuevo “orden” educativo, de los progres que enarbolan la bandera de la tolerancia y la libertad. Yo, claro está, era para ellos un nostálgico de los tiempos en que la letra entraba con sangre, un amigo de las formas despóticas y el autoritarismo de pasadas décadas. Salí de allí asqueado, aunque justo es reconocer que también hubo quien me prestó su apoyo. Sin embargo, Marina, en su “Recuperación de la Autoridad” dice lo mismo que yo (o yo lo mismo que él). Pero este señor quedará a salvo de las acusaciones que yo recibí (y recibo), pues la fama otorga inmunidades y privilegios magníficos.

Un amigo me cuenta que cuando viaja con su mujer e hijos (6 y 3 años) éstos no paran de protestar e incordiar desde los asientos traseros del coche: “No nos hacéis caso, no nos hacéis caso”. “Eso es, amigo –le contesto yo-, ese es el quid del problema: que la mayor parte de la atención que les prestáis a los críos es contraproducente y nociva.” Y les explico cómo deben hacer para lograr implantar un poco de paz en el hogar. Pero no creo que me comprendan. Lo malo es que lo llegarán a comprender por las malas. Y cuando sea demasiado tarde. La que se nos viene encima.

Saludos.

sábado, 6 de junio de 2009

PROVIDENCIAS MINISTERIALES PARA EVITAR JÓVENES TIMORATOS.

A qué engañarnos, señores: todos sabemos que la pubertad es un estado hormonal que procura relajación, mesura y autocontrol al individuo que por ella transita. Luego, a medida que se sale de tan apacible edad, nos volvemos atolondrados y casquivanos. Y no digamos en la vejez: cuando se alcanza, la persona experimenta toda suerte de disturbios y ajetreos por todo el cuerpo; la conducta se hace imprevisible e impulsiva, precipitándose el viejo, muchas veces, a una muerte prematura. ¡Cuántos ancianos sin control al volante! ¡Cuántos ancianos enjundiosos tras las mieles del sexo!

Teniendo en cuenta tales cosas, las ministras de sanidad e igualdad nos han anunciado lo de la píldora del día “después” (lo entrecomillo pues es expresión errónea que ya explicaré en otra ocasión). Sí, todos lo sabemos: los jóvenes, si de algo pecan, es de mesura y contención, sobre todo en asuntos de entrepierna. Ah, cuán timoratos se muestran los chavales en estos menesteres. Hay que animarlos a que flirteen y se lancen a conocer a fondo al sexo opuesto. Hay que alentarlos a que experimenten con sus atributos sexuales sin las prevenciones y miedos a que ellos acostumbran. Cuántos padres se ven obligados a decirle al joven hijo que afloje las mordazas impuestas al deseo y las mortificantes cautelas. “Vamos, hija, si ya llevas dos semanas saliendo con este chaval. Es bueno, cariño, no se merece que todavía quieras yacer con él haciendo uso del condón. Daros un gusto, mujer.” A menudo, ni siquiera estas exhortaciones paternas a la liberación carnal surten efecto, siendo que los jóvenes, para preocupación de los atribulados padres, acostumbran a quedrse en casa el fin de semana, jugando al ajedrez, pintando al óleo, oyendo a Mozart y demás desvaríos por el estilo. Se olvidan del deber que tienen de dar satisfacción al cuerpo, de entregarse al novio y la novia (amigo-a, quiero decir) sin tapujos o estorbos profilácticos, de empinar el codo para olvidar las penas y de fumar para hacerse mayor.

Nuestras ministras de sanidad e igualdad conocen todo esto. Están al tanto de que nuestros jóvenes (o los de todo el mundo) andan sobrados de responsabilidad, juicio y honestidad (en el sentido recto de pudor y decencia). Lo mejor es aligerarles las cargas de la conciencia. ¿Cómo hacer para que los jóvenes se olviden del ajedrez y de Mozart y se entreguen, como deben, a los placeres de la carne? Nuestras ministras han ideado un plan de tres providencias.

Primera providencia para evitar jóvenes timoratos: “No corones rollos con bombo”. Es decir: tomad precauciones, jovencitos, pero gozad del sexo. Es una medida más dirigida a ellos, claro.

Segunda providencia (para las nenas abrumadas por la responsabilidad): “Si acaso se rompió la gomita de tu chico, ve a la farmacia y pide la píldora del día después. Nadie te preguntará la edad que tienes”.

Tercera providencia: “¿Te ha fallado la gomita, se te olvidó lo de la píldora, no te funcionó ésta? No pasa nada, no te angusties, guíate hasta un hospital y pídele al médico de turno que te saque el “no ser humano” que llevas dentro. Ah, y no se lo digas a tus papás si no quieres, que ya sabemos que eres muy mayor con dieciséis añazos. Pues de la misma manera que sin autorización paterna te puedes “poner tetas”, también te puedes quitar el bicho de la barriga.”

Y todos contentos: los papás, tranquilos, confiados con el proceder de sus retoños. Y con la serenidad que da saber que si su niña aborta, ellos no se enterarán. El amigo o novio, también contento con su papel de mero dador de placer, o de padre por exclusiva decisión de la niña. Y la niña ya ni digamos, sabedora de que podrá tomar decisiones que afectarán directamente a terceros, satisfecha de poder burlar el celo paterno con la ley de su parte, dueña y señora de su cuerpo y del futuro de aquél con quien voluntariamente retozó, contando siempre con el aplauso y beneplácito de nuestras ministras de sanidad e igualdad (o “igual da”, que da lo mismo).

Saludos.

jueves, 23 de abril de 2009

LOS RECADOS DEL ESPEJO.


¿Y ahora qué, señores? Cayó el muro de Berlín, y con él un régimen que, a mi entender, obraba contra nuestra naturaleza, pues imponía (o trataba de imponer) la igualdad por la pura fuerza. Un régimen que cortaba de raíz el humano deseo de emprender, competir, exhibirse y superarse y, que, por supuesto, acumulaba demasiadas contradicciones e injusticias en su seno como para que pudiera perpetuarse en el tiempo. Ahora, otro tanto con el capitalismo desaforado. Otro muro ha caído. Casi han pasado 41 años desde la llamada revolución del mayo del 68. En las calles se reproducen, en las nuevas generaciones, gestos, actitudes y atuendos que nos recuerdan a los melenudos utópicos de aquel año y posteriores. Los movimientos “antiglobalización” o “anti-sistema” parecen cada vez más fuertes. Ciertamente, hay motivos para el descontento y la alarma. Si un sistema está basado en una economía “especulativa” y en la pasión de la codicia desatada (la llamada “cultura del pelotazo), el resultado es, antes o después, una injusticia que deja a muchos con una mano delante y otra detrás. Un sistema de contrastes sociales demasiado fuertes que sume a buena parte de la sociedad y el mundo en la desesperación. No puede ser.

Muchas preguntas flotan en el aire: los nuevos movimientos anti-sistema, ¿acabarán disolviéndose en el matraz de un capitalismo feroz reinventado con apariencia de “cordero”? ¿Sabremos construir un sistema económico que evite los excesos del comunismo y del capitalismo desaforado? ¿Seremos capaces de idear un sistema justo sin renunciar a la competitividad y el estímulo empresarial? ¿Seremos capaces de inventar una forma de vida que no esquilme y contamine el planeta?...


Me temo que nadie tiene la solución a estas y otras preguntas. Quizá el problema de verdad haya que mirarlo en nuestro interior, en nuestra naturaleza, en nuestras aspiraciones y deseos, hoy exacerbados por señuelos publicitarios que nos quieren vender el “paraíso”. Quizá nuestro problema es que todos, o casi todos, aspiramos a ser banqueros de éxito, pero que, en la medida en que no lo somos –ni lo podemos ser- salimos a las calles a dar patadas a las sucursales bancarias. Hay que mirarse al espejo, y ser valiente: ahí está mi enemigo.