sábado, 6 de junio de 2009

PROVIDENCIAS MINISTERIALES PARA EVITAR JÓVENES TIMORATOS.

A qué engañarnos, señores: todos sabemos que la pubertad es un estado hormonal que procura relajación, mesura y autocontrol al individuo que por ella transita. Luego, a medida que se sale de tan apacible edad, nos volvemos atolondrados y casquivanos. Y no digamos en la vejez: cuando se alcanza, la persona experimenta toda suerte de disturbios y ajetreos por todo el cuerpo; la conducta se hace imprevisible e impulsiva, precipitándose el viejo, muchas veces, a una muerte prematura. ¡Cuántos ancianos sin control al volante! ¡Cuántos ancianos enjundiosos tras las mieles del sexo!

Teniendo en cuenta tales cosas, las ministras de sanidad e igualdad nos han anunciado lo de la píldora del día “después” (lo entrecomillo pues es expresión errónea que ya explicaré en otra ocasión). Sí, todos lo sabemos: los jóvenes, si de algo pecan, es de mesura y contención, sobre todo en asuntos de entrepierna. Ah, cuán timoratos se muestran los chavales en estos menesteres. Hay que animarlos a que flirteen y se lancen a conocer a fondo al sexo opuesto. Hay que alentarlos a que experimenten con sus atributos sexuales sin las prevenciones y miedos a que ellos acostumbran. Cuántos padres se ven obligados a decirle al joven hijo que afloje las mordazas impuestas al deseo y las mortificantes cautelas. “Vamos, hija, si ya llevas dos semanas saliendo con este chaval. Es bueno, cariño, no se merece que todavía quieras yacer con él haciendo uso del condón. Daros un gusto, mujer.” A menudo, ni siquiera estas exhortaciones paternas a la liberación carnal surten efecto, siendo que los jóvenes, para preocupación de los atribulados padres, acostumbran a quedrse en casa el fin de semana, jugando al ajedrez, pintando al óleo, oyendo a Mozart y demás desvaríos por el estilo. Se olvidan del deber que tienen de dar satisfacción al cuerpo, de entregarse al novio y la novia (amigo-a, quiero decir) sin tapujos o estorbos profilácticos, de empinar el codo para olvidar las penas y de fumar para hacerse mayor.

Nuestras ministras de sanidad e igualdad conocen todo esto. Están al tanto de que nuestros jóvenes (o los de todo el mundo) andan sobrados de responsabilidad, juicio y honestidad (en el sentido recto de pudor y decencia). Lo mejor es aligerarles las cargas de la conciencia. ¿Cómo hacer para que los jóvenes se olviden del ajedrez y de Mozart y se entreguen, como deben, a los placeres de la carne? Nuestras ministras han ideado un plan de tres providencias.

Primera providencia para evitar jóvenes timoratos: “No corones rollos con bombo”. Es decir: tomad precauciones, jovencitos, pero gozad del sexo. Es una medida más dirigida a ellos, claro.

Segunda providencia (para las nenas abrumadas por la responsabilidad): “Si acaso se rompió la gomita de tu chico, ve a la farmacia y pide la píldora del día después. Nadie te preguntará la edad que tienes”.

Tercera providencia: “¿Te ha fallado la gomita, se te olvidó lo de la píldora, no te funcionó ésta? No pasa nada, no te angusties, guíate hasta un hospital y pídele al médico de turno que te saque el “no ser humano” que llevas dentro. Ah, y no se lo digas a tus papás si no quieres, que ya sabemos que eres muy mayor con dieciséis añazos. Pues de la misma manera que sin autorización paterna te puedes “poner tetas”, también te puedes quitar el bicho de la barriga.”

Y todos contentos: los papás, tranquilos, confiados con el proceder de sus retoños. Y con la serenidad que da saber que si su niña aborta, ellos no se enterarán. El amigo o novio, también contento con su papel de mero dador de placer, o de padre por exclusiva decisión de la niña. Y la niña ya ni digamos, sabedora de que podrá tomar decisiones que afectarán directamente a terceros, satisfecha de poder burlar el celo paterno con la ley de su parte, dueña y señora de su cuerpo y del futuro de aquél con quien voluntariamente retozó, contando siempre con el aplauso y beneplácito de nuestras ministras de sanidad e igualdad (o “igual da”, que da lo mismo).

Saludos.